Basilio Sánchez

Basilio Sánchez es un poeta español nacido en el año 1958, en Cáceres. Estudió Medicina y Cirugía en la Universidad de Extremadura, y su vida se divide entre esta profesión y la escritura. Comenzó a publicar en el año 1983 y desde entonces no ha sentido prisa alguna en editar sus libros. Su primer poemario se titula "A este lado del alba y le mereció un accésit del Premio Adonais de Poesía. Casi una década más tarde, publicó "Los bosques interiores", el cual fue reeditado luego de una profunda revisión en el año 2002. Ya en este primer período se advierte una evolución en la mirada del poeta; siempre partiendo de vivencias y recuerdos, comenzó explorando la naturaleza y los símbolos, para más tarde adentrarse en el plano del tiempo y la memoria.
Sus seguidores y críticos aseguran que la poesía de Sánchez es casi tangible; esto se puede apreciar en poemas como "Paisaje de invierno", "Calle con árboles" y "La habitación cerrada".
Su obra poética casi completa, ya que se excluyó el contenido de su primer poemario, se recopiló en "Los bosques de la mirada. Poesía reunida 1984-2009". En el año 2007, publicó su único libro de relatos, titulado "El cuenco de la mano".

Poemas de Basilio Sánchez

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Basilio Sánchez:

La mujer que camina

La mujer que camina delante de su sombra.
Aquella a quien precede la luz como las aves
a las celebraciones del solsticio.

La que nada ha guardado para sí
salvo su juventud
y la piedra engarzada de las lágrimas.

Aquella que ha extendido su pelo sobre el árbol
que florece en otoño, la que es dócil
a las insinuaciones de sus hojas.

La mujer cuyas manos son las manos de un niño.

La que es visible ahora en el silencio,
la que ofrece sus ojos
al animal oscuro que mira mansamente.

La que ha estado conmigo en el principio,
la mujer que ha trazado
la forma de las cosas con el agua que oculta.

Entre nosotros

Añoro la ceguera que es un punto de luz.

Bebo de la memoria como otros
del agua de las fuentes, de los vasos
de la antigua liturgia.

Después de mucho tiempo
ahora vivo despacio, sin intimidaciones,
sin que pueda la noche ganarme en sutileza
ni la muerte en sigilo.

Soy el hombre que no ha salido nunca
de los alrededores de su mano, el que se ha hecho
perdonar por la nieve
y el que anda por las habitaciones
preservando en silencio la sustancia
de su felicidad.

Quien para guarecerse
necesita los nombres de todos los que ha sido,
recordar las palabras con las que cada día
ha vivido o ha muerto.

Calle con árboles

Caminamos a tientas,
el aire de la noche
empuja las palabras que nos cuesta decir,
las conduce de tu boca a la mía.

Tal vez el mismo aire que eleva las plegarias,
los temores legítimos,
esa llama atrapada todavía
en el estrecho círculo de la conciencia.

Cae a un lado y a otro la oscuridad en copos de los árboles.

Por encima del hilo donde un pájaro calla,
sobre un cielo tan bajo que refleja
todo lo desvalido de este mundo,
va pasando el silencio de una nube,
su poco de agua dulce.

A esta hora,
cuando los hombres duermen,
el silencio de las casas habitadas
cae sobre el silencio de las casas deshabitadas.

La calle brilla entonces
como los días de lluvia,
quizá como los ojos de los muertos recientes.

Espacio

Escribo casi a oscuras,
en las habitaciones
pequeñas de la casa, donde difícilmente
podría caber un hombre.

Me obstino en la palabra que se dice al oído,
que empaña los cristales,
que humedece los bordes de la página.

Presiento que un poema
es un ruido que se intuye a lo lejos,
la puerta que se abre al otro lado
de una misma ciudad.

Por eso cada noche,
después de que el cansancio
consigue disuadirme, dejo sobre la mesa
una vela encendida:
la lámpara votiva de una iglesia sin culto,
desprovista de imágenes.

El lugar de los hechos

Todo lo que ahora abarca la mirada,
la memoria, los momentos perdidos,
todo aquello
que ignoré de la vida,
que apenas reconozco, bajo su lentitud, en este hueco
que conforman mis manos.

Ese rumor que intuyo cuando escribo esta página,
este presentimiento, esta insistencia
que después me conduce, más allá de mí mismo,
hasta un lugar cercano
al de mi nacimiento, al de mi muerte.

Nada a mi alrededor, sólo la leve
respiración pausada
de un animal que mira con la cabeza vuelta.
Bastará con mis ojos,
con esta mano antigua que aproximo a su boca,
para que se levante y huya.

Paisaje de invierno

Donde el agua se espesa, una palabra
que se queda en los labios es un hilo de nieve.

Donde la voz se pierde está el secreto
de las manos del frío,
de todas las pequeñas hojas cristalizadas.

Una estrella oscilante se detiene
para la intimidad de la vigilia.
La calle está mojada, el paseante
va pisando la luna bajo la indiferencia de los árboles,
bajo la indiferencia de una noche
que ahora mismo se ordena
sobre las previsiones de sus lámparas.

Como un faro en lo alto,
la luz en la ventana de una mujer que duerme
ilumina los ojos
de otra mujer que, al borde de la cama,
permanece despierta mientras crece
la sombra de sus manos,
su invisible soledad de otro mundo.

La herida del invierno te ha llevado a creer.

Para entrar en lo blanco, vas a necesitar el corazón.

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