Territorios de harina
levantados tan sólo en homenaje
al paladar del hambre,
no a la gula.
Casa donde jamás entró a medrar
molicie ni pereza.
Esfuerzo derramado inacabable
desde el primer hervor del alba
hasta el primer lucero de la tarde.
María con su cántaro repleto.
Cristina con canciones de cenzontles.
Isabel con las mieles escondidas
sólo para verterlas en el pan:
Su hijo, el más bendito,
el que nunca nació.
Bajo el alero y el gobierno firme de Mercedes:
Un manojo de llaves,
una dura bondad,
un gesto huraño
y la rabia en defensa de las suyas.
Casa de las mujeres,
casa del azafrán y de la harina,
de la torta de yema, el pan francés
y la cemita,
donde el canasto del pan de San Antonio
endulzaba su masa tiernamente
en las manos de aquellas que iniciaron
con el gesto del pan
este gesto en palabras que es mi canto.
Mi vida y esta voz
tienen raíz de panes y sabores
de canela y de clavo,
de azúcar de pilón y de panela,
de hojaldres, bizcotelas,
ataditos de dulce,
colaciones
y el amargo dulzor de las toronjas.
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