"...y no halle cosa en que poner los ojos
que no fuera recuerdo de la muerte"
Quevedo
I
Es la sombra que viene,
La garra preparada
Para el golpe certero,
La mirada en alerta
Que busca, sigue, acecha.
Nada se escapa al ojo
Implacable y absorto.
Nada al cruel arrebato.
Cuando la furia cae
Rasgando piel y carne,
Y la vida se escapa,
Y la sangre se amansa,
Y se instala la muerte;
Entonces comprendemos
Que el mayor enemigo,
El más voraz y aleve,
Nos hiere siempre el último
Desde adentro del pecho.
II
Ya no te creo, ciudad, el paraíso,
El eterno jardín donde la dicha enciende
Sus fuegos de San Telmo.
Tampoco te concibo como la cuna de las ilusiones,
O el rincón iluminado
Por las luces secretas del deseo.
Caída la venda de los espejismos,
Eres tan sólo ese paisaje sórdido
Donde rufianes y tahúres
Se tasan mutuamente,
Mientras los mismos tiburones
Se mastican sin pausa
Con sus dientes de oro.
La araña teje su tela, indiferente,
Mientras tanto.
Tarde o temprano,
Cualquiera ha de caer.
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