Para Alberto Velásquez
Alza la dulce muerta su carne soterrada
en verdes que se extienden del suelo a la retina.
Con un gesto de flor responde a tu llamada;
sobre su nombre nuevo un pájaro se inclina.
Lo demás... gracia rota, palabra peregrina,
corazón exprimido y sueño sin morada,
como fuego celeste -¡trémula serafina!-
permanece en tu amor y quema en tu mirada.
La dulce muerta vive bajo signo de ausencia:
en visiones fugaces, en hundida presencia,
y guarda tu secreto una piedra de llanto.
Un día sin nostalgia, recobrada y exacta,
-vuelo, corola y rostro de primavera intacta-
ha de entregarla a todos el clima de tu canto.
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