Silenciosa, más que el polvo de la botica,
enmadejando hacia atrás con insolencia
varias disipaciones, busca el hito de su putaísmo
maltrecho y no goza con el pensamiento
sino que, al quedarse puntuando las gracias
que le dieron, se le ocurre mirar la gamuza,
y la mira, y la vuelve a mirar.
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