Te canto como si fuera a morir.
Esto quiere decir: me mato cantándote
y da pie para soltarle las polleras
a la metáfora, e hilar cosas preciosas
para la boca de una señorita.
Pero mejor, te contracanto
bajo las linternas enmohecidas
justamente a la entrada del invierno
donde mi guitarra quedó descabezada
en la bohardilla de mi casa de campo.
O de golpe, no te canto,
y sentados en el suelo con las botas aceitadas
sentimos pasar la noche callados como tumbas,
-sentir hasta mudar de piel, he ahí la clave-
porque es necesario aprender, hermanito,
y escuchar con atención animal
los silbatos dorados
que largan señales desde las sepultaciones.
De vez en cuando
hay que ponerle el hombro
a los grandes silencios.
Uno no puede ser siempre el ombligo del canto.
DESDÓBLATE -dice una voz.
NO ERES EL OMBLIGO DE NADA -agrega la voz.
CUANDO MENOS PIENSAS
TU VIDITA CUELGA DE UN HILO -termina la voz.
Pero, si quieres,
le hago empeño para sacar un DO de pecho
y afinamos. Después de todo,
estos papeles sobreviven entintados en mi corazón.
O si tienes ganas,
canta tú,
yo contrapunteo en la sombra
y guardo mis cuatro versos para mañana
o para el Día del Juicio.
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