Poemas de Delia Domínguez
- Abre los ojos/Cierra los ojos (Acto de magia)
- Agua de Pariciones
- Autorretrato
- Canto y contracanto
- El sol mira atrás
- Esta es la casa
- Huevo de gallina soltera
- Los cómplices
- Nocturno con los pies helados
- Papel de antecedentes
- Ropa limpia
- Sabidurías de gallinero I
- Sabidurías de gallinero III (En lo tocante al amor y su galaxia)
- Situaciones
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Delia Domínguez:
Esta es la casa
Quien quiera saber lo que acontece
a las lluvias en marcha sobre la tierra,
véngase a vivir sobre mi techo, entre los
signos y presagios.
Saint-John Perse.
Esta es la casa
aquí la tienes con la puerta abierta
Aquí vivo
conjurada por la noche de campo
y los mugidos de las vacas
que van a parir a la salida del invierno.
Entra en las piezas de sentimiento antiguo
con manzanas reinetas
y cueros claveteados en el piso.
Esta es la casa para ser como somos,
para contar las velas de cumpleaños
y las otras también,
para colgar la ropa y la tristeza
que jamás entregaremos a la luz.
Este es el clima, niebla y borrasca,
sol partido entre los hielos
pero encima de todo:
un evangelio duro
una pasión sin vuelta
una carta de agua para la eternidad.
Esta es la zona: Km. 14, Santa Amelia,
virando hacia el oeste,
con todas las jugadas de la vida
y todas las jugadas de la muerte.
Esta es la casa raspada por los vientos
donde culebreaban los inviernos
de pared a pared
de hijo a hijo
cuando nos aliviábamos con ladrillos caldeados
para aprender las sagradas escrituras
que la profesora de la Escuela Catorce
sacaba de un armario
o de los dibujos de un pañuelo.
Esta es la fibra fiel de la madera
donde calladamente me criaron
entre colonos y mujeres
que regresaron a su greda.
Aquí vivo con la puerta abierta
y este amor
que no sirve para canciones ni para libros,
con mi alianza sin ruido a Santa Amelia
donde puedes hallarme a toda hora
entre las herramientas y la tierra.
Los cómplices
Te decía en la carta
que juntar cuatro versos
no era tener el pasaporte a la felicidad
timbrado en el bolsillo,
y otras cosas más o menos serias
como dándote a entender
que desde antiguamente soy tu cómplice
cuando bajas a los arsenales de la noche
y pones toda tu alma
y la respiración
perfectamente controlada,
por mantener en pie tus rebeliones
tus milicias secretas
a costa de ese tiempo perdido
en comerte las uñas, en mantener a raya
tus palpitaciones,
en golpearte el pecho por los
malos sueños,
y no sé cuántas cosas más
que, francamente, te gastan la salud
cuando en el fondo
sabes que estoy contigo
aunque no te vea
ni tome desayuno en tu mesa
ni mi cabeza amanezca en tu pecho
como un niño con frío,
y eso
no necesita escribirse.
Ropa limpia
Un día
uno sale a encontrar la muerte,
sin equipaje,
sin muda para la otra semana
con la única camiseta blanca
que quedaba
del tiempo de colegio.
Un día
uno se apura como malo de la cabeza,
como si tuviera que llegar
a todos los trenes
y saludar a medio mundo.
Un día
uno no sabe quién diablos
tendrá suficiente amor entre las manos
para arreglarle
esos asuntos particulares
que siempre quedan flotando
después de la catástrofe,
o quién diablos
va a cerrarle los cajones del velador
con las fotografías secretas
de esa edad
en que la musculatura orgullosa y dorada
era toda la potencia con que contábamos
para vivir.
Un día
uno no vuelve más
por ropa limpia.
Nocturno con los pies helados
Tengo los pies helados
y nadie va a llegar con calcetines de lana
a hacerme compañía
porque ayer me cruzó la lechuza
de sur a norte en el camino
y sobrevoló hasta la medianoche
-como buen pájaro agorero-
a dos metros de la camioneta roja
donde traía los víveres del pueblo.
Tengo los pies helados
y corrieron por ahí
que desertaste por un canto de sirena.
Papel de antecedentes
Yo católica mestiza
minimalista y campesina.
Yo perrera y caballera de ombligo amarrado a
la telúrica madrecita tierna de
nunca acabar.
Yo de sesenta para arriba y para abajo
mes de corrido los Diez Mandamientos,
El Ojo (o-j-o) y la Pastoral de L. van Beethoven.
El sol mira atrás
En el cielo
El sol mira para atrás
Porque tiene que llamar agua,
Y tú conoces las señales
Los sagrados olores de la tierra
Y empiezas a lustras tus botas
La escopeta del 16
Que el abuelo colgó en el comedor
En este otoño de su muerte.
Y en el morral huequeado por antiguos
Reventones de pólvora,
Hay un juego de naipes gastados
Como esa risa que fuimos perdiendo
Cuando nos vendaron los sueños
Para que creciéramos
Más tranquilos, más ciegos,
Y no preguntáramos
Por qué el sol miraba para atrás
Desde el umbral sonoro de la lluvia,
O por qué los que amábamos
No volvieron jamás
Para justificar su eternidad
A nuestro lado,
Y tú
Y yo
Tuvimos que ir guardando las sillas vacías
Pasando llave
En el óxido de las chapas antiguas
Pasándonos una costura en la boca
Para quedarnos
Con las palabras estrictamente necesarias
A nuestro sencillo amor.
El sol mira para atrás
Porque tiene que llamar agua
Y se ilumina la copa de los manzanos
Y nos entra un frío por las rodillas
Avisándonos la primera señal.