Esa larga bufanda de arena
que calienta mi andar, estirada
junto a los líquidos umbrales,
tiene alas.
Ellas se llevan los pesares
somnolientos que verano ha reunido
en su casa. Anónima
entonces el alma, libre,
más liviana. ¿Qué quedó
de mí en esta franja?
Cuando las olas comenzaron
a vestir de luto las llegadas
-quietos el cielo, sus cristales
primerizos, faroles, focos, faros-
un dolor recién nacido
(el pequeño plumaje
yerto entre algas)
me hizo volver
al que fui antes.
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