Abro la caja
y se dispara un olor a colegio de monjas,
olor a cedro, a mina clausurada,
a lápiz encerrado
con una sombra en su interior.
La Hermana Aurora,
la confesión, el ayuno, el rosario,
los nueve primeros viernes
y el mes de mayo a María.
Y esa otra mina dentro de mí
del pecado mortal, la carne, el deseo,
el cuántas veces, hijo mío del confesor.
Miro los doce lápices ahora que ya es tarde,
rectos, serios, puntiagudos,
doce apóstoles en la última cena de la línea,
doce peces ahumados en un mar de latón,
Faber-Castell del curso de dibujo
donde por vez primera tracé una curva.
Elijo el lápiz 7B para aclarar mi imagen
y en una hoja de papel prestada
enciendo las tinieblas.
Lo más difícil en el trazo de mi vida siempre ha sido
que la sombra parezca verdadera
no una mancha adherida
al boceto de lo que fue mi infancia.
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