Alto día, en el flujo
despacioso del aire,
en el claro erigido
por el baile de aceros
de la luz, en la rama
cuya huraña negrura
fija la piel del agua,
fija la red del tiempo.
El puente nos afinca
entre riberas yermas.
Salto petrificado,
revuelan en sus arcos
vencejos impacientes,
el negro de los grajos:
hilanderos sin hilo
en el telar del mundo.
Bajo el pretil las aguas
discurren obedientes.
Orillan los sentidos,
la tierra del decir,
cuando decir no importa,
al pairo en el instante,
desnudos de los nombres
que yerran lo nombrado.
Crece el día. Y arriba,
fábula indescifrable,
extrema su dominio
la claridad que somos.
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