Quien extravió la vida al recrearla
con secreta pasión, al hilo de palabras
que forjaron, tal vez, su limpio emblema,
vuelve a mirarte desde su cansancio,
donde la luz evita esas pupilas
que un antiguo fulgor encaneció.
El premio es la ceguera, el abandono.
Creer tocar la luz y que calcine.
No la paz satisfecha
que pudo confundir en otro tiempo
con la sabiduría o su inminencia,
cuando saber es la palabra
que nombra la derrota del deseo,
el temblor de unas manos en el aire.
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