Hay tanta paz en regresar de la cocina,
volver a la cama donde la carne se pudre
para llenarla con nuestro misterio.
Atravesar el pasillo como si fuera la vida,
sentir el resplandor de todo lo que huye
y se convierte en paredes.
Apartar las cortinas y hallar lo que fue en los rincones:
las pequeñas maldades, la llovizna,
y eso informe que jamás entenderemos.
Un tumulto de pensamientos esperando su turno
a la sombra de la desesperación
cuando ya es demasiado tarde.
Y una voz ausente golpeando la luz,
penetrando en las palabras,
tratando de ser nuestra.
Hay tanta paz en el trayecto, desde el olor del café
hasta el armario, desde los pasos
que ya no parecen nuestros.
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