José Acosta

José Acosta es un escritor y periodista dominicano nacido en Santiago de los Caballeros el 29 de julio del año 1964. Realizó sus estudios superiores en un centro de formación agrícola, lo cual explica el importante espacio que los elementos de la naturaleza tienen en sus obras. En el año 94 publicó su primer libro de poemas, titulado "Territorios extraños", con el cual ganó el Premio Nacional de Poesía Salomé Ureña, y eso fue tan sólo el comienzo de una fructífera carrera que apenas ha alcanzado su plenitud. Su incursión en el periodismo también ha sido exitosa y lo ha llevado a conseguir un importante puesto en el diario La prensa, que viene desempeñando desde hace más de una década en Norteamérica.
Su producción literaria abarca varios géneros, y goza de un importante reconocimiento internacional; además, ha sido traducida a varios idiomas y le ha valido una larga lista de premios y galardones. Entre sus poemarios, encontramos los títulos "Destrucciones", "Catequesis del íncubo" y "El evangelio según la muerte". Con respecto a sus cuentos, destacan "El efecto dominó", "Los derrotados huyen a París" y "El enigma del anticuario". Por último, tenemos sus novelas "Perdidos en Babilonia" y "La multitud". Disponemos de algunos de sus poemas a continuación, tales como el sugestivo "El universo resuena como llovizna...".

Poemas de José Acosta

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de José Acosta:

A mi madre

(In memoriam)


Aquí hubo una mujer, lo huelo, lo adivino
comprendiendo este vacío donde el aire
teme integrarse a su nada y ser mujer
adquirir vientre y figura para que
yo la ame y la atormente como un hijo.
Nada quiere ocupar este hueco
este borde azul que ha dejado una mujer.
Nada se escancia, se derrama adentro
se arriesga a ser su forma, su pecho
su alegría. Sólo yo avanzo triste
por el secreto misterio de su mano
y subo a su memoria
donde ella está intacta aún como un
perfume
y la busco desde donde ella partió
a ser eterna.

Antes de la luz

Me atormenta sobremanera esta casa tan oscura
y más, el que no esté en mi destino encenderle
una lámpara.
He intentado arrojarle luciérnagas a sus espejos,
guiar el alba hasta sus ventanas,
atarla a otro horizonte fuera de la noche.

Pero todo es trunco, vano...
Rotos mis dedos buscan a tientas
algún rincón favorable para el fuego
alguna puerta posible para el día
o esa luz
de la que está hecha la tiniebla.

Temo que esta casa ya no exista
cuando se ilumine en el mundo
la existencia.

El relámpago

El relámpago nace y no tiene tiempo
de recordarse a sí mismo.
Rasga el rostro del cielo, y no llega a comprender
que es la única herida de la nada.
¡Quién pudiera escalar
su esquelética forma de raíz
para mirar por sus rendijas
el escondite de Dios!

Hay tanta paz en regresar de la cocina...

Hay tanta paz en regresar de la cocina,
volver a la cama donde la carne se pudre
para llenarla con nuestro misterio.
Atravesar el pasillo como si fuera la vida,
sentir el resplandor de todo lo que huye
y se convierte en paredes.
Apartar las cortinas y hallar lo que fue en los rincones:
las pequeñas maldades, la llovizna,
y eso informe que jamás entenderemos.
Un tumulto de pensamientos esperando su turno
a la sombra de la desesperación
cuando ya es demasiado tarde.
Y una voz ausente golpeando la luz,
penetrando en las palabras,
tratando de ser nuestra.
Hay tanta paz en el trayecto, desde el olor del café
hasta el armario, desde los pasos
que ya no parecen nuestros.

Enciendo un fósforo

Enciendo un fósforo y nace mi mano.
Sobre el fondo una moneda flota o quizá
la redondez luminosa del ojo de un gato.
Hago ascender mi mirada arañando las tinieblas
y se hace libre allá, a lo lejos, en la cima
de todos los quejidos.
Es que estás a mi lado y aún no lo sabía
es que viajan en mí todos los pueblos
y ahora, precisamente, llaman a mi puerta.
Enciendo un fósforo y nace
tu cuerpo tejido con la noche.
Todo está tan cerca a veces, a un frágil dolor
de distancia
pero en verdad tememos horriblemente
saberlo.

Y de repente

(Aún hay un árbol en mi niñez
que siempre quise trepar)


Y de repente encontrar en mi memoria
el misterio de una puerta
que una vez no quise abrir.
Trasponerla y descubrir del otro lado
el otro destino que nunca tomé.
Verme, entonces, bajo la lluvia
de una ciudad desconocida
ignorando el amor de este perro
que silencioso sigue tras de mí.
Y sentir en mi inconsciente que esta calle
me conoce, y que, tras otra puerta que ahora
me detiene frente a sí, pueden estar
los objetos amados de otra casa mía
o el espanto de hallar de nuevo
la realidad del lugar donde siempre
he permanecido.