Poemas de Juan Domingo Argüelles
- A la salud de los enfermos
- Al filo de su cuerpo
- Al lector
- Avenida Héroes
- Como el mar que regresa
- Cuaderno de bitácora
- De éstos hablo
- De los trabajos
- Del origen
- En la ola más alta
- Entrada en materia
- Epitafio para Anaïs Nin
- La torcaza
- Oración de la noche
- Otra vez
- Otra vez, al lector
- Pequeña crónica de la fundación de una ciudad
- Retrato de señora junto la mar
- Un tigre de papel
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Juan Domingo Argüelles:
Al lector
Aquí están los rencores.
Los escribí pensando en ti.
Creí por un momento que eran flores
que amanecían en abril.
Pero al poner la mano me han herido,
¡puta, si me han herido!,
me han lastimado hasta sangrar,
hasta aullar de dolor,
hasta quejarme inmensamente
en la noche del lobo inconsolable
que abre sus fauces relucientes
como queriendo devorar
su propio corazón
lleno de amor.
Epitafio para Anaïs Nin
Dejo en su tumba unas cuantas palabras húmedas
y silenciosas como un gato.
Para la tumba de Anaïs Nin.
Para su pelo que nunca conocí
y sus muslos que un día fueron hermosos,
lo aseguro.
Para sus sueños donde solía hablar despacio
en lo redondo de una oreja,
cuando subía a la corola del amor para cortarle un pétalo.
Para su risa que aún me llama
con un gesto furtivo que no olvido
porque por esas rutas me perdí
arrellanado en la noche
cuando tenía quince años.
Para Anaïs Nin.
Para su tumba que parece un huerto.
A veces una flor entre el musgo negruzco se entreabre
con su color violeta
húmeda por un soplo de tibieza
cuando la vara del manzano le acaricia los labios.
Para Anaïs Nin.
Para la tumba de ese éxtasis
que me hizo morir alguna noche
para resucitarme en un instante.
Para la tumba de Anaïs Nin, un beso,
una puerta de amor no clausurada.
Un día nos veremos en el polvo.
Entonces ya verás
cómo no muere un muerto.
De los trabajos
Con piedras y maderas hago mi casa bajo el sol,
la visto de ventanas para que el sol entre a habitarla.
Cierro sus puertas luego de que ha partido el ocaso.
Mi casa cruje bajo la lluvia que ha venido a mirarla.
Mi casa es una tumba cálida en donde vivo yo mi muerte.
Mi casa es el caparazón del armadillo que soy de noche cuando duermo.
Mi casa, en la mañana, abre sus puertas y ventanas a la felicidad.
Pequeña crónica de la fundación de una ciudad
Sobre esta piedra,
junto a este árbol retorcido
ya harto de la vida
ellos fundaron la ciudad.
Tal vez vinieron, ellos, tras las cosas;
tras las casas vendrían otros, los postreros.
Luego vendrían los amores
y los primeros nombres de la vida,
tenues apenas, inseguros,
pero certeros ya para el dolor.
Dejo para después la relación
de las canciones bajo el árbol,
y los jóvenes tristes y las tristezas jóvenes.
Dejo el olvido,
y el olvido pasa.
Y dejo para luego aquella historia
de los enamorados que murieron
de alguna forma
y por cualquier motivo.
Porque murieron vida
como pudieron vivir muerte
y sin embargo
aquí quedan las muelas
que el ratón no ha logrado terminar,
el cadáver azul ya hecho ceniza
en el fondo del mundo.
Y aquella foto que sonríe
y que es constancia
de que existieron más allá del polvo
con esos ojos,
esas bocas,
esos gestos de ayer
que el tiempo apaga pero no devora.
Aquí dejo el olvido.
Aquí lo pongo
para que venga el olvido
y se lo lleve.
Olvida, oh vida, el olvido,
olvídalo.
Allá está la ciudad.
El pájaro en la rama.
El sueño quieto sobre la ternura,
el ojo abierto que atestigua y cuenta
y el eco y el reflejo petrificados.
Desde el balcón hablaba ella.
Hablaba con la vida, lo sabemos.
Su risa era una racha de alegría
y una fiera el suspiro.
Palpo la vértebra,
el pecho que se agita,
el pulmón que bombea,
el seno ardiente,
su pezón, cereza.
El vértigo lo dice.
Aquí estuvieron.
Se besaron.
Se amaron.
Se vivieron.
Se tocaron.
Se vieron.
Se olieron.
Se bebieron.
Y así fundaron la ciudad.
Y allí donde hoy están las ruinas negras
el amor fue perfecto
-todo amor es perfecto-
para salvar la luz y el corazón.
Duran más las palabras que las piedras.
En la ola más alta
Solamente la música,
la melodía que viene y va
como mi boca,
ávida,
de pezón en pezón,
de un monte a la otra cima;
solamente la música,
tu música,
me hace dormir,
feliz,
mece mi corazón
y lo estremece
y después lo serena
y lo detiene,
y lo quema
y lo apaga,
lo hace ceniza,
¡oh, Diosa!,
y luego le devuelve sangre joven
en la ola más alta
de la noche más alta.
Solamente la música,
tu música,
aprieta mi garganta
hasta la asfixia
con su mano que es garra
y luego leve
extensión de la espuma,
vellón de Venus.
Ésta es la poesía
y no palabras:
música para el alma
desde su primer día.
Al filo de su cuerpo
Para Rosy
Tiene el cabello negro
y los ojos que, desde ahora, son mis ojos.
Despierto y la contemplo,
o tal vez duermo y sueño
al filo de su cuerpo.