Juan Luis Panero

Juan Luis Panero nació en 1942 en Madrid (España) en el seno de una familia ligada a la poesía; su padre fue el distinguido poeta Leopoldo Panero, su tío era Juan Panero y tiene dos hermanos que también cultivan la poesía Leopoldo María y Michi Panero.
En su juventud, Luis fue un incansable viajero, tal es así que no sólo ha deambulado por muchos países europeos sino que también ha vivido en diversos países de América Latina; esto le permitió conocer a autores como Juan Rulfo y Octavio Paz, entre otros.
Su primer poemario vio la luz en 1968 y se tituló "A través del tiempo"; posteriormente publicó "Los trucos de la muerte", "Juegos para aplazar la muerte" y "Antes que llegue la noche".
Por su obra ha recibido distinguidos galardones, entre los que se puede mencionar el prestigioso Premio Internacional de Poesía de la Fundación Loewe.
En el año 2009 la Editorial Vitruvio publicó una antología con sus obras líricas completas, la misma recibe el nombre de "La memoria y la muerte". Panero fallece en Torroella de Montgrí el 16 de septiembre de 2013.
Aquí te ofrecemos una selección de sus poesías para que puedas acercarte al estilo de este poeta madrileño. Entre ellas, te recomendamos "Un año después de ya no verte", "El poeta y la muerte" y "A la mañana siguiente Cesare Pavese no pidió el desayuno".

Poemas de Juan Luis Panero

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Juan Luis Panero:

A LA MANANA SIGUIENTE


Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.

José Alfredo Jiménez

Sólo bajó del tren,
atravesó solo la ciudad desierta,
solo entró en el hotel vacío,
abrió su solitaria habitación
y escuchó con asombro el silencio.
Dicen que descolgó el teléfono
para llamar a alguien,
pero es falso, completamente falso.
No había nadie a quien llamar,
nadie vivía en la ciudad, nadie en el mundo.
Bebió el vaso, las pequeñas pastillas,
y esperó la llegada del sueño.
Con cierto miedo a su valor
-por vez primera había afirmado su existencia-,
tal vez curioso, con cansado gesto,
sintió el peso de sus párpados caer.
Horas después -una extraña sonrisa dibujaba sus labios-
se anunció a sí mismo, tercamente,
la única certidumbre que al fin había adquirido:
jamás volvería a dormir solo en un cuarto de hotel.

EL POETA Y LA MUERTE


Y aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.

Jorge Manrique

Si como afirma Borges todos los hombres
son el mismo hombre, aurora y agonía,
y poco importan sus nombres y sus rasgos,
yo quisiera -olvidando la anécdota banal de mi destino-
buscar en otro rostro a ese único hombre,
otra sombra, otro sueño mejor, igualmente perdido.

Un caballero dispone sus armas,
sus escuderos ajustan la armadura,
se coloca el yelmo, sujeta con firmeza el escudo,
la luz de la mañana es un reflejo metálico del sol,
el tiempo se ha detenido en las gualdrapas del caballo.
Todo esto ocurre en 1479 y aún sigue ocurriendo
frente a las almenas del castillo de Garci-Muñoz.

El caballero blande su espada
en defensa de su lealtad y de su reina,
aún no sabe que su destino termina allí,
en el campo de Calatrava, que no verá otro día.
Entre rasgar de flechas y cascos de caballos,
oliendo a tierra seca y sangre sucia,
quizá recuerde el nombre de Guiomar de Castañeda
y piense, con justicia o con odio, en su enemigo,
el marqués de Villena que le aguarda.
Estruendo de hierro, crujido de huesos, carne desgarrada,
las huestes innumerables, pendones y estandartes y banderas,
los castillos impunables, los muros, baluartes y barreras.
Ha caído la noche sobre el campo arrasado,
la mano que sujetó una lanza, una pluma, un cuerpo de
mujer,
está quieta, su mundo se ha borrado,
mientras se escuchan maldiciones y lamentos.
Ahora la muerte le atierra y le deshace.
Si todos los hombres somos el mismo,
elijo, pues es igual uno que otro,
aquel rostro en un campo de batalla,
la máscara del último rictus de su agonía,
el eco de sus palabras que aún se escucha,
un reflejo más digno de la tierra y la nada.

ALBERTO GIACOMETTI


Avanzan solos gris andrajo de nubes
gris pesadilla bronce herido llamaradas grises
terco pedernal de fantasmas
tierra terracota mineral
insomnes avanzan furor helado
bronce herrumbre ira petrificada
cuerpos sombras sombras cuerpos
ballet de muerte astillas de sueños
avanzan solitarios remotos
ciegos árboles andando atraviesan
puertas piedras palabras
plata roñosa paredes de espejos
lágrimas sin ojos avanzan
reclaman mendigan sueñan
otro infierno distinto
otro infierno
otro.

CONSTANTINOPLA


Olor acre de axilas depiladas, de pefume pasado de rosas, de estiércol pisoteado de caballos.

Sé, me lo han contado, que las murallas de la ciudad ya no pueden resistir al infiel. Todas las defensas han fracasado.

El pobre emperador, nuestro bien amado Constantino XI, intenta inútilmente salvar la ciudad de su nombre, pactar con el enemigo, firmar desesperados tratados de paz. Pero todo, lo sé, es completamente inútil.

Escucho griterío de mujeres, carreras enloquecidas, golpes de puertas, aullidos de la soldadesca, mandobles y agonías, eructos de borrachos.

Aún podría escapar, ocultarme en el húmedo sótano disimulado, como aquella otra vez. Pero ahora todo está perdido. Sé bien que esto es el fin.

Salgo a la calle, maldiciones, estruendo, sollozos, humo pestilente.

En la hoja, con gotas de sangre, de un alfanje afilado, miro, tercamente, por última vez, el rostro de este pobre pecador abandonado.

UN ANO DESPUES DE YA NO VERTE


Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara.

José Alfredo Jiménez

Olor de solitario y soledad, cama deshecha,
cegados ceniceros en esta tarde de domingo,
helado soplo de noviembre en el cristal
y un vaso medio lleno de cansancio.
Te escribo por hacer algo más inútil aún
que pensar en silencio o imaginar tu voz,
o escuchar una música herida de recuerdos
o pedir al teléfono un absurdo milagro.
“Éste es el corrido del caballo blanco
que en un día domingo feliz arrancara”.
Éste es el corrido, pero nadie canta,
y un muerto con mi nombre, vestido con mis trajes,
me saluda y observa por los cuartos vacíos,
me mira en la distancia como si fuera un niño
y acaricia en sus dedos un rastro de ternura.
Sobre su frente inmóvil va cayendo tu nombre
y humedece sus labios una lluvia perdida.
Olor de soledad y humo de aniversario
mientras busco, dolorosamente trato de recordar
tus ojos insomnes con su vaho de mendigo,
devorando su luz, ahogando su locura.
Tus dos ojos como picos de presa que se clavan
y rasgan y desgarran la piel de nuestro amor.
Soplo de embriagado recuerdo, agria melancolía,
rescoldo que tu lengua aún enciende
en estas horas de strip-tease solitario
en que celebro en tu derrota todas las derrotas.
Un año después y tu pelo, tu largo pelo
ardiendo desbocado entre mis manos,
clavado para siempre en esta almohada,
recorriendo esta casa, sus rincones y puertas
como un viento insaciable que buscase su fin.
Un año después de ya no verte,
definitivamente talando en tu memoria,
qué real sigues siendo, qué difícil herirte.
La sosegada certidumbre de esta mesa en que escribo
puede tener la pasión estremecida de tu piel
y la ropa que el sillón desordena
puede ahora ocultar el temblor de tus pechos.
Sobre tu seco abierto y tus muslos de arena,
sobre tus manos ciegas que persiguen la noche,
qué triste es el cuchillo, qué aciaga la hoja.
Un muerto con mi nombre y mis uñas mordidas,
un cadáver grotesco, me dicta estas palabras,
me señala en los cuadros, en la pared manchada,
el destino de hoy, de este día cualquiera,
al borde de mi vida, al borde del invierno,
al borde de otro año que empieza con tu ausencia,
al borde de mis ojos y tu voz que ahora escucho.
Un año después de ya no verte,
mientras te escribo, odiando hasta la tinta,
en esta tarde de noviembre, olor de solitario y soledad,
helado soplo en el cristal vacío. Un muerto.

EL HOMBRE INVISIBLE


Se mira en el espejo que ya no le refleja,
todo, menos él, aparece en la fría superficie,
la habitación, muebles y cuadros, la variable luz del día.
Así aprende, con terror silencioso, a verse,
no en los gestos teatrales -aún rasgos humanos- de la muerte,
sino en los días de después, en el vacío de la nada.
Inútil cerrar los ojos, estúpido romper el terco espejo,
buscar otro más fiel o más amable.
Es él sólo, el hombre invisible, el que desaparece,
es sólo él, una huella borrada,
que no contempla a nadie, porque es nadie,
la nada en el cristal indiferente de la vida.

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