Doble el exilio nuestro: de la isla
improbable que alimenta mitos
y de la siempre verde
ciudad soñada en prójima intención
por algún mago etrusco.
Doble la soledad:
ser huérfanos de calles suficientes
con vecinos de mármol (soportales)
y carecer de techo que se preste
al apremiante impulso de una palma
inaugurándole ventana al cielo.
Doble instancia de tierra
convocando a rendición de cuerpos:
a no ser por la música
y el preciso esplendor de este destino
qué doble nuestra muerte.
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