Poemas de Julio César Aguilar
- Canción
- De claridad y esperanza
- Dones de primavera
- Ecos de la agonía
- El corazón
- El desierto del mundo
- El florecido sueño
- El instante es el camino
- Elegía de la pierna
- Escribes...
- Hacia la muerte
- Huellas del llanto
- La consigna y el milagro
- La espera
- La flor en la tierra
- La hora
- La vida otra
- Mañana escucharé...
- Medianoche
- Mundonuestro
- Nada puedo pedirte
- Nada, sino tu sombra...
- Nunca digas
- Si acaso...
- Sólo un rumor
- Soy el guardián...
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Julio César Aguilar:
La flor en la tierra
La semilla de la muerte
que ha de germinar al sol
revienta bajo la tierra.
Las manos de Dios alegres
que desgranando los días
cultivan la muerte ya
trabajan siempre la tierra
desde el único principio
de la extensísima vida.
Apenas una raíz
asciende hacia el infinito,
mientras Dios medita y ve
los vastos frutos de luz
que van a cubrir la tierra.
Está la flor de la muerte
brillando sobre la tierra,
y con su esencia perfuma
el aire todos los aires:
los rincones de la vida
donde se deshoja eterna.
La espera
Ha vuelto a madurar la fruta sobre la mesa,
las flores de las macetas ya se secaron,
enterradas las cosas bajo el polvo
¿qué se puede hacer?
Los anocheceres dan fe de la espera,
la multitud de estrellas -testigo perpetuo-
sin duda alguna lo sabrá decir,
pero a quién sino al corazón
que a veces siento caduco,
imposible para vivir: endurecido.
Soy el guardián...
Soy el guardián
de la noche,
administrador de los sueños
y de las conquistas.
Mientras ella duerme, contemplo
desde la sombra
la obstinación de la luna.
De sus entrañas
brota mi voz,
sé que me sueña,
¿o es que sus ojos
son mi espejo y su nombre
mi apellido?
De pronto se desliza
entre mis hombros
y estamos juntos.
Me introduzco
al sueño respirando
de su aliento minutos breves.
Somos uno.
Permanecemos bajo paréntesis
hasta que el balbuceo de la luz
mina nuestras paredes.
La noche entonces
abre mis ojos,
baja mis párpados
y al verdadero mundo
me lanza.
Mundonuestro
Del niño que respiró en mí
alimentado de mi sangre
y con mis huesos protegido,
de ese solo niño
criatura amarga,
no sé exactamente
si algo de su ser
perdure aún, invicto
en su catástrofe de miedo.
En realidad, me sobrevive
su mirada, relámpago furioso
partiendo en más de dos mi nombre.
A través de sus turbulencias imágenes
sueño lo que él mira, deseo
lo que su pensamiento imagina.
(Ese que canta soy yo.
El que conjura con sus versos
el desenfreno agrio de la locura,
enclaustrado en su atalaya de muerte
esperanzada.)
No. No ha muerto y no morirá.
Lo sé ahora, cuando descubro
que erige nuestro mundo desde sus sílabas
de cataclismo y fuego.
Si acaso...
Yo nada pido, nada
estoy diciendo, no,
es nada lo que quiero
al decir lo que digo;
mínimamente es nada
esto que estoy diciendo.
Si acaso, la conciencia
de no saberme muerto,
de pretender subir
por rumbo misterioso
a ese gran misterio
de la palabra dicha.
Yo nada pido, nada
estoy diciendo, no,
sólo sé que es del canto
la inevitable voz.
Nada puedo pedirte
Dame lo que me quieras dar, Señor,
nada quiero pedir, nada te exijo,
hoy ya comprendo que si miro el cielo
es tu resplandor de luz lo que miro;
cuando me siento extraviado en la noche
en tus estrellas encuentro el camino.
Eres, Señor, agua para la lluvia,
para los manantiales y los ríos;
en el arcoiris tú estás presente
en las sombras escucho tus latidos...
Nada puedo pedirte, Señor, nada:
creo en tu amoroso amor siempre vivo.