Poemas de Julio Iraheta Santos
- A César Vallejo
- A dónde estás querube
- A Ligia entrego mi quenar y otros pesares (8)
- Anciana en el Tercer Mundo
- Bla bla bla bla
- Canto paterno
- Congratulation
- Déjame volar
- El ángel
- El becerro
- El cristo de los parques
- El descubrimiento
- El escriba
- El llamamiento
- El poeta y la esposa
- El puchero
- El último round
- La confesión
- La confesión del juglar
- La lucha de Nacxit
- La mesa está lista
- La muerte de Diógenes
- La petición
- Las araucarias
- Los espantapájaros (17)
- Maestra vieja
- Mis poemas
- Misticismo del módulo lunar
- Once cincuenta
- Salve! Patria malinche
- Siempre tu laberinto
- Siete
- Testimonio de la soledad (2)
- Todos los días el hombre (2)
- Todos los días el hombre (27)
- Una tierra que espera
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Julio Iraheta Santos:
Maestra vieja
Para Ligia
Adusta y noble traza con su lápiz
sus cuadrículas llenas de ternura
Más que una informadora es una madre
que pule el sentimiento de los niños
Maestra vieja de encaladas sienes
la miro iluminada como un rezo
como una sabia que destila huellas
para que los cachorros no se pierdan
En el aula trabaja y sigue en casa
diseccionando libros y horizontes
Prepara el pasto para sus corderos
Es un milagro si le dan buen sueldo
La estrella de su vida siempre brilla
porque nació para alumbrar caminos
1997
El escriba
Entre ruidos y signos electrónicos
caminaste bajo el talco del tiempo.
Tu mascarilla fue teatro sin espectadores,
pusiste flores para alegrar la mesa,
pero en tu casa había muerto la historia.
Solo,
terriblemente solo
te arrastraste como un robot desorientado,
leíste con avidez los símbolos
y la computadora bestial de tus programadores
repetía: 'Para la soledad motel',
'Para la angustia diez grageas'.
Cansado de divagar
y de ensuciar el recuerdo de tu hembra,
mediste el triángulo de su paciencia.
Sentiste odio contra los códigos
y todos aquellos oráculos
que te envilecían el cerebro.
Harto de soledad
buscaste a Dios al final de tu imagen,
las estrellas te hablaron de un Creador
y le alabaste,
el pájaro y el alba
te devolvieron la libertad y el canto.
Bajo tus pies quedaron la mascarilla
y los signos electrónicos.
Te convertiste en el escriba de otra historia.
¡Shalom! hermano.
Congratulation
Te felicito hijo,
porque juegas en rincones
y hablas con arañas.
Es bueno acostumbrarse a lo húmedo y oscuro.
Es bueno.
Puede ser que mañana alguien venga
a romper tus arcoiris.
Te felicito, y te juro
que al principio me extrañó tu juego,
pero hoy comprendo tu viveza,
tu estoicismo,
tal como si esperaras sin asombro
la muerte de los árboles.
Misticismo del módulo lunar
Caigo sobre tu orquídea virgen.
De polen estelar tienes los pómulos cubiertos.
Alguien dijo que habías muerto para el canto
y en realidad comienzas a vivir.
Hoy el frío mundo te gozará en el sueño del salmista.
Desde tu rostro el cielo crecerá más hondo
y el hombre sentado en tus rodillas
meditará y soltará una lágrima indefensa.
1969
Once cincuenta
Once cincuenta vale este poema
Todo por estar cómodo
y contemplar el cerro prisionero de las nubes
1 tamal de elote frito 4 colones
1 cucharada de crema 3 colones
1 taza de café con leche 4.50 de colón
Once cincuenta vale este poema
La nostalgia me obliga a no sumar en dólares
Sé que aquí en El Faje siempre hay baje
pero quería contemplar el cerro San Jacinto
y repetir la adolescencia de mis hijos
sus juegos de maleza y de laderas
su asombro por el vuelo de los gavilanes
cuando todavía no me faltaba ninguno
Once cincuenta vale este poema
Julio Iraheta Santos 26-9-2002
El poeta y la esposa
Mira mis ojos, esposa.
Mira cómo te copian todo el día.
De la cocina a la pila despilfarras aliento.
Haces cuentas del sueldo que no tienes.
Piensas en la leche de los niños.
Cambias pañales a la vida
y refunfuñas por tu suerte.
Mira mis ojos, esposa.
Si yo pudiera abrir un tallercito
y poner un letrero que dijera:
'SE HACEN Y SE REMIENDAN VERSOS'.
Pero la gente pasaría indiferente.
Mira mis ojos, esposa.
Hoy has andado 100 kilómetros en casa.
Yo muero de mirarte y me retiro
y a la esquina llego a pajarear tristezas
y a sangrar el último poema.