Escapaba hacia los grandes templos,
catedrales del Gin,
santuarios del comercio la política,
puentes y cárceles, delicias.
Y el astillero sagrado
de la Ciencia.
Abandonaba
algunas plantas amistosas
y una morada invisible.
Amaba el brillo de esas fieras
que se descubren en el canto
y que son dueñas de la guerra.
Caía,
como los reyes en el trópico
en un tornado indescriptible.
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