Ahora es diferente. Las tabernas
genuinas quedaron desbordadas
por bares de paredes decoradas
y asientos para incomodar las piernas.
En la noche, parejas nada eternas
perseguidas por las ciegas miradas
de otros, presentidamente envidiadas
por el futuro goce. Las alternas
canciones culebrean las gargantas
mientras las vibrátiles lenguas rosas
-o beodamente oscuras por tantas
libaciones- se mueven perezosas
o dulcemente bondadosas.
Santas
parecen los sábados las cosas.
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