Poemas de Luciano Castañón
- A veces, en primavera
- Alba y pez
- Ancianos
- Ave
- Barca nerudiana
- Calles
- Cielo de los marinos
- Desde el muelle
- Félix con guitarra
- Fiesta
- Huele a salitre
- La Atalaya
- La barquera
- La pesca
- La rula
- Marinero de Maupassant
- Maximino
- Mi padre no era marinero
- Muelle
- Nana marinera
- Niños
- Otros bares
- Otros poetas
- Red
- Un hombre
- Viejas y colegiata
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Luciano Castañón:
Barca nerudiana
Barca, aunque tu quilla quebró el agua,
hoy varada permaneces
porque el tiempo imperturbable
pasa.
Mientras el patrón que estrenas
embadurna la comba a estribor de tu cadera,
evidencias en la rambla
tu suciedad destartalada.
Fíjate, hay a tu vera
hombres
que te ofrendan sus miradas
y palabras elogiando
tus venturosos días,
-cuando volabas-.
Ponte seria y vanidosa
porque trasciendes importancia
pese
a tu valor misérrimo en monedas,
a tu borda mordiscada
ya las ranuras -cuchillos de luz-
que agrietan la curva de tu panza.
Sin toletes, sin timón. ..
pero con corazón y alma.
Residual barca en paz
que alimentas la esperanza
de tu casi mendigo nuevo dueño,
mereces -aunque no pesques, aunque naufragues-
una oda nerudiana;
dada tu inevitable muerte
(si el patrón quisiera ver
vería que es evidente),
¿hallarás quién te la haga?
Huele a salitre
«Huele a salitre».
Estas ellas y estos ellos también son personas,
pero con sumisión, sexo, harapos
y edad indefinible.
Escasas de dinero
y con más indigencia que descanso,
trasladan los peces muertos
-caja o cesto o balde de la cabeza en lo cimero-
desde la Rula a las bodegas
que pueblan las estrechas
-y muy redondamente deshuesadas-
calles del barrio.
«Huele a salitre».
Esas sí que son personas,
tienen su despectivo apodo: focas.
Focas de rostro burilado
por el menesteroso oficio,
rostro que raramente ríe
la tristeza de su enfado.
Ríen no obstante sus bolsos
al son y peso metálico
de las piececillas
que justifican sus viajes grávidos.
-Toma y daca-,
en la bodega es el cambio.
Cuando las focas regresan
-de vacío e ilusionadas-
las chapas rózanse con peso cálido.
«Huele a salitre»:
es la saya, el pantalón,
la palma de la mano,
el zueco y la alpargata;
es el brillo de la escama
y el hilillo salitroso
que por la cara resbala.
Su oficio: -vaivén de focas-
¿quién se lo compra?
La Atalaya
Atalaya, cima cimera,
de la ola marinera.
Desde ti se atalayaba
el oleaje en blanca geometría;
hoy, un destacamento militar
rompe tu armonía pecera
con alambres, uniformes
y voces de: «¡Fuera, fuera!»
Atalaya,
aún sirves para cobijar amor,
y para que a los niños les nazcan
los dientes de la inquietud aventurera,
tan aventurera como la ya lejana
de los playos cuando iban
a la caza -y no pesca- ballenera.
-¿ Vienes a l' Atalaya? -
Pregunta la Filo a Rosa.
Van allá. Parlotea una
para que la otra cosa
mientras la tarde triste o rosa calla.
A veces, en primavera
A veces,
cuando atardece el cielo en primavera
surge como un sobrecogido y mágico
clarinazo en todo el barrio
rasgando la alegría prisionera.
Es que el seno de las barcas
llegó pleno, fúlgido de coletazos
y boqueadas agónicamente ávidas.
(En las calles
reinaba aún el vacío de la espera.
El vasto vocerío enmudecía
y sólo los niños en sus juegos
modelaban su inconsciente voz de fresa.
Era la amada hora de la precena.)
Los hombres que descansen o que beban.
Las mujeres...
Un oloroso, cocineril humo
-vaharadas de peces fritos-
brisea por las ventanas
o se comba denso fuera de las chimeneas.
Cuando se vaya -hoy-
el liviano sol que alivia penas,
la noche remunerada de las personas
será una hoguera.
A veces, en primavera...
Mi padre no era marinero
Recuerdo con amoroso dolor
la dilapidación tonta
del obrero sonriendo
-sábado y domingo-
la miseria de su sueldo.
Me apenan los nueve duros
semanales
-por el año treinta-
de mi padre.
Si unos quisieran
ver su desvergüenza
y otros comprender
el sentido de su miseria...
Cuando las adormideras
son rotas
-hirviente el corazón y cálida la garganta-
es consecuente que la sangre corra.
A veces en Cimadevilla
vive un obrero que no es marinero
Calles
Calles, callejuelas tristes
en las que todo es vereda.
Encuentras la que no buscas
y buscas la que no encuentras.
Entra, tú, mira qué nombres:
Tránsito de las Ballenas,
Virgen de la Soledad,
el Callejón de las Fieras.
Si los quieres religiosos
hay Las Cruces y el Rosario;
belicoso: Artillería;
la Corrada es asturiano.
Calles trazadas por un
delineante loco que
tras reír su locura
innominado se fue.
Sube, baja, tuerce el pie
no hay iguales ni dos losas
ni dos casas. Con las nasas
no se cazan mariposas.
Callejuelas, callejones
de Cimadevilla,
que atenazáis corazones.