La ciudad estaba allí
monstruosa y gigante,
desnuda en su piedra fría.
Toqué con mis lirios
su insondable aliento.
Nada. Nadie.
Volaban las almas
en su torbellino de dólares
y el tiempo
-centavo descalzo-
se desgranaba
en sangre suicida.
Nueva York distante y dura.
Central Park
rascacielos
y profunda soledad.
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