Deja que me establezca en tu silencio.
Afuera,
las tinieblas liberan sus jaurías...
el odio está acechando en los senderos
con los hocicos fétidos
de sus perras hambrientas.
Puedo escuchar las zarpas de la noche
deshilachando tréboles,
diseminando dagas de ceniza
en muslos de violetas,
enterrando
en muñones de rocío
su dardo agudo,
su desnuda greda.
Aquí,
junto a tu pecho,
las caricias construyen un lenguaje
de vértigo y hogueras
que llovizna en la piel de mi ternura
como sobre una copa soñolienta
donde
el amor
se esperma de raíces,
de linfa y lunas ciegas.
Vamos a enarbolar esta locura
de ser sobrevivientes,
a inaugurar liturgias infinitas
a fecundar la sed de antiguas fiebres,
vamos a naufragar en la esperanza
como en un archipiélago desierto...
hasta sentir que somos un refugio,
una legión de sueños
sin fronteras
donde la sangre eriza barricadas
y quebranta las proas del olvido
con sus amuralladas transparencias.
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Tú eres como el árbol que siempre ha dado buenos frutos, y que tu trayectoria ha demostrado tu fortaleza y grandeza literaria. A pesar de la sombra, admiro la fuerza que le imprimes a tus letras.
Rafael.-
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