Del poeta que escriba en menguante. Del sol que caliente la
miseria. De la antigua procesión de hojas marchitas. Del virginal
destierro sin regreso. Del zorro tiempo que cosió el silencio. De las
vergüenzas, los odios, los bisiestos años. De los millones, billones o
trillones de justos. De sus escombros, sus heces, sus herbajes. De los
hombres buenos, fraternos o pendejos. De las rojas calificaciones del
rocío. De la criptografía de los espías. Del aurinegro estiércol de los
diablos. De los fatídicos cálculos arábigos.
¡Librémonos!
De los escupitajos. De los mortecinos ecos de una infancia
hueca. De lunas distraídas, putrefactas, con psoriasis. De la antigua
costumbre de ir por las laderas del hocico de algún pan sin nombre y apellido
. De los cimientos, aleros o gargantas donde los helechos ocultan
las crecientes y clinejas. De alguna vez sin sombra. De esos ojos
que se van poniendo chinos de puro sentimiento muerto.
¡Librémonos!
De la brisa muda, confundida, agazapada. De la herida
lágrima del beso de la puerta. Del llanto aguacero del payaso de los pájaros.
De las simas infernales de la hormiga. De algún día sin noche. Del eterno aprendiz de pordiosero, de poeta. De ser tan sólo trapo viejo de
cocina esenia. De la marginalidad de la mordaza. De la ciudadanía de la maleza. De la confusión de los espíritus. De las malas tintas, trinitarias, con
pereza azulmarina. Del alegre gasto de hojllas, saludos, palabras y regresos.
¡Librémonos!
De los relojes de los largos sueños. De los gestos, los
cantos, cuernos, cuentos y coros de la tarde. De las viejas arenas del río. De
las azules piedras del mar, sus costados y quebrantos. De mirar sin miedo a maltratar al ciego. Del hórrido graznido de un auricular espía. Del
sol, la luna y las estrellas. De la luz que fue hecha. Del desorden
sacrosantamente público. De los orinocos de la angustia básica. De la andanza de los cristos encarnados, truculentos.
¡Librémonos!
Del pavoroso tesoro del hambriento, el eterno basural de
los sinsontes. Del hueso gustero. Del mañanero pedazo de candela. De la
saneada policía embrutecida, envenenada. De la santidad de las semanas. De la conjunta mortandad de los calvarios.
De la muda orfandad de los samanes. De los apócrifos pensamientos. De su vigencia
escandalosamente moribunda. De tanto malandrín contemporáneo tan lleno de sabor latino.
¡Librémonos!
De alguna lupanaria invasión de los marines. De
posesiones, transmisiones, misiones, sumisiones. De agresiones, regresiones,
transacciones, conciliaciones o casinos. De la ginecocracia de la mujer.
De las angélicas pasionarias arenas de las flores y las algas. De quienes
juntan casa a casa, y añaden heredad hasta ocuparlo todo. De
maquinaciones, de coyundas y de yugos. Del monte sin bramido de ganado. De la economía sin fronteras. De las firmes retiradas. De las
mentiras, de las granadas, de las carcajadas.
¡Librémonos!
De los amparos, los desamparos, los roperos, los preparos y
reparos De los trabajos, los dioses y los días. De los bravos, de los buenos,
de los feos, de los malos. De los barcos juguetes de garbanzos o gabazos. De las gaviotas de cada día.
De la luz eléctrica desinfectante y puta. De quien nos siga, nos hurgue, espere y desespere. Del Eclesiastés. Del Eclesiástico. De los Excelentísimos Señores Superviajeros. De los pasajeros.. De los proverbios,
los refranes y los eros. De los cinco o cinco mil panes. De los cinco puntos cardinales de los canastos engrifados por el llanto.
¡Librémonos!
De los canarios, los gallos, los grillos, los cristianos y los
trompos tuertos. De cualquier unión patriótica. De cualquier estado hideputa
unido, supremo, checo, eslovaco, ecuménico o romano. Del nostradámico
naufragio del planeta. Del enfermo pobre. Del remedio caro. Del tramposo viejo. De la hornilla muerta.
Del acecho de la sierpe. De la estatua del silencio. Del complejo azucarero del diabético.
De las impúdicas raíces cuadradas, literarias. De las impunes rimas estridentes, procelosas, desnudas o atenuadas.
Del pus supremo de los viudos y los solos. De la ponzoña, la maleza y la cizaña.
¡Librémonos!
De las Constituciones, los Constituidos y las
Constituyentes. De las vulvas quebradas del quebranto. De los suspiros
lustrales del torrente. Del delirio augusto en torrencial plegaria. De la
sinérgica vacuidad del cosmos. Del lirio y la vagina a la intemperie. Del cante
jondo de Dionisio en galla misa. De los Smith, de sus deudas
indeseadas, inmorales, indexadas. De los Truman vagabundos de la guerra.
¡Librémonos!
De los racimos del hambre y la miseria. De los ridículos
seguros poderosos previsores. De las bárbaras sedes de los deltas del silencio
en alta mares crines de arrechera encabritada. De la ansiedad de las pedradas.
De virtudes, peines, arañas, alacranes y pañales. De la solemne soledad de los agostos.
De la tristeza, esa mierda, compañera insoportablemente legañosa, tiernamente oscura.
¡Librémonos!
De tropezar con un martes trece. Con un caballo loco o un
león insomne en fuego. De una madrugada acacia hambrienta. De la corneja
al lado adverso del destino. De alguna tristeza ultramarina. Del
aullido de la hiena. De la salvaje cabra, del chacal y del hurón. De la madre
de las rameras y de las abominaciones de la tierra.
¡Librémonos!
Del canto de gallo en aguacero. De la abismal oquedad de
la renuncia. Del carcomido silencio en increíble soledad deshabitada. De los
toreros muertos, de los huérfanos teteros. De
la zocacola, las anhedonias, los pericos. De los fantasmas de Canterville.
De los sobrevivientes. De Chernobyl. De las intelectuales escrituras patriarcales pendulares.
¡Librémonos!
Del rap de las hormigas. Del carrousel de las Eduvinas, las
Adelas y las Adelitas. De los enanitos verdes. De los traviesos gusanitos. De
los políticos paralíticos, sifilíticos. De la escasez del tiempo para el ocio,
el vicio y el fornicio. De las mezclas con efectos especiales. De los bebedizos, menjurjes, barbechos y barbascos.
De los puercos y los porchettos.
¡Librémonos!
De los contagios del alma. De los rituales. Del limbo y los
reptiles. De los cristianos, cristales y vitrales. De los juanes, los
moriscos, las trompadas, estallidos y luceros. De los venenosos invidentes. De
las tuercas, tutecas, lagartijas y cangrejos. De la tara, las lesiones, sus
corotos, tormentos y lecciones. De las guerrillas, las calabazas, los
velorios. De las ocurrencias de la muerte. De los ojos abiertos de los ciegos.
¡Librémonos!
Del medio camino de la vida. Del azufre, del agüero, del
aojo. De la desnuda mariposa salamandra. De la amapola en luna
descubierta. Del tísico pañuelo de la guerra. De consejas, sinagogas, conjuros y consejos. De argucias, fraudes, hurtos, dolos y asechanzas. De
echar dado falso, de cargarlo. De caer en el señuelo o en el lazo. Del necio, sus
celadas y sandeces. De confundirnos alguna vez de mano, de palabra, de
noche o de locura. De lluvia, de casa o de garganta. Del canalla y sus
vilezas. De la sangre colorada en desamparo permanente. De
acampar algún día en ensangrentado llanto. De tener que cargar con la rosa
agusanada sobre el opaco lomo del que nunca fuera.
¡Librémonos!
De la matadura de la memoria voraz que atiza los
relámpagos. Del desbocado potro que golpea en el pecho sus chispeantes
cascos herrados por el viento. Del vórtice abierto que engulla nuestra
esperanza desolada. De la desolladura del barro que seremos. Del errante
diluvio de los párpados insomnes. Del estridente relincho del rayo de los
pájaros.
¡Librémonos!
De tener que mear sangre en los hocicos de los gusanos o
pagar peaje con vinagre de Mahfud. De tener que presenciar el duelo de una
telaraña con la lluvia. O el de un colibrí con el sueño de una
cerbatana. De tener que oírle a la lluvia un cante jondo. O asistir al entierro de
una hormiga virgen. De tener que andar en puntillas sobre un silencio
o liberar una estrella de una luz alpina.
¡Librémonos!
De tener que regresarnos de la muerte u oírle al mar sus
coruscantes sinfonías de agua. De tener que cambiar de aldea. De que se
desteja el encaje del sol enfurecido. De que se desgaje el transido corazón del
hombre. De que se desate la noche de la guerra o se zafe el curricán del mar.
¡Librémonos!
De que nos sorprenda el aplauso de un pájaro salvaje o la
madre del caracol huyéndole a la pena. De aquél que no conozca la
tristeza. De las indómitas fieras de la guerra. De tener que ver los mil
cielos sin estrellas. De que el sueño sea el camino de la muerte. De querer
en alguna madrugada abrirse una vena o un ojo que nos dé la libertad eterna.
¡Librémonos!
De la culebra amarilla de la acera en donde guiñan nuestra
vida los goznes de los miedos menguados de unos asnos
escondidos en los postigos del tiempo, amarrados al fulgor de la garita
quejumbrosamente polvorienta de la lluvia en suerte.
¡Librémonos!
De las sombrillas del corazón. Del desierto de las bolsas.
De las zapatillas de las brujas. De las gusaneras del Palacio. Del abrazo de un
ogro purulento. De un Judas vivo o un Vallejo muerto. Del hambre,
digo, del hombre decente, parte de la Religión, ese viejo escondite,
guarida de dioses, infiernos y demonios. Del corazón, ese tercer cojón del
hombre. Del sidoso divino providente. De los cojones de la Divina
providencia.
¡Librémonos!
De De la noche insomne (1992)
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Rafael.-
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