Espero poder colocar una flor
sobre el cemento de mi propia tumba,
una raza de estrellas colmadas de manos.
Espero una almohada feliz en el nicho de la eternidad,
un paso silencioso por entre mi heridas.
Sépase que fui honesto con los grillos,
consecuente con los sueños de los pájaros,
absoluto en la fe de la marcha por las calles.
Poned, entonces, mi cuerpo devuelto a la tierra,
como si hiciéramos un agujero por donde se mira el mundo.
Dejadme, entonces, en las raíces de los desolados
y den este adiós final como si fuese primero.
Volver a Santiago Azar