Los cristales de plata del laúd de Ziryab
restituyen tu infancia en los palacios de agua.
Con una antorcha subes a los altos alcázares
de la memoria y miras latir a la ciudad:
los alminares negros, los patios, las hogueras
de los amaneceres, el aljibe, el incierto
astrolabio del lento mercader que aventura,
con camellos y esclavos, sus pasos por la niebla.
Tras los claveles rotos, abril en los jardines.
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