Aquí quedó oscilando mi última furia.
Engullo cada mancha de la pared,
cada clavo.
Y me siento dueña de mi voz descolgándose,
palpo sus aristas y me quedo quieta,
absorbo su semilla y ya no se esparce.
Me tiendo sin una piedra o talismán.
Recorro el cuarto con los ojos abiertos:
no hay visiones,
sólo la noche que cae después del trabajo.
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