Poemas de Concha Méndez
- Alameda
- Automóvil
- Balada
- Cómo galopa la sangre...
- Fantasmas de hielo y sombra...
- La isla
- La pescadora
- Madrigal
- Malva y rosa
- Me gusta andar de noche...
- Medianoche
- Mi ventana
- No es aire lo que respiro...
- Recuerdo de sombras
- Se desprendió mi sangre...
- Se mire donde se mire...
- Si turbia la razón...
- Todo, menos venir para acabarse...
- Uno de esos instantes...
- Vine
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Concha Méndez:
Me gusta andar de noche...
Me gusta andar de noche las ciudades desiertas,
cuando los propios pasos se oyen en el silencio.
Sentirse andar, a solas, por entre lo dormido,
es sentir que se pasa por entre un mundo inmenso.
Todo cobra relieve: una ventana abierta,
una luz, una pausa, un suspiro, una sombra...
Las calles son más largas, el tiempo también crece.
¡Yo alcancé a vivir siglos andando algunas horas!
Mi ventana
El viento
bate espadas de hielo.
-No abriré la ventana-
El viento
decapita luceros.
-No abriré la ventana-
El viento
lleva lenguas de fuego.
-No abriré la ventana-
En telegramas de sombra
que van llevando los vientos
se lee ya la Gran Noticia
que conmueve al Universo...
-Yo no abriré mi ventana-
Medianoche
Medianoche.
Canción negra.
¡Y canta mi única estrella!...
¡Que rompan ese reloj
y quede a solas con ella!
Alameda
Alameda:
guarda bien
mis siete años primeros.
Y los siete
posteriores.
Y el carrusel luminoso
de mis primeros amores.
Alameda;
que yo volveré algún día
a recoger los mejores
¿sueños? de la infancia mía.
Uno de esos instantes...
...'Desde el umbral de un sueño me
llamaron'...
A. MACHADO
Uno de esos instantes que se vive
no se sabe en qué mundo, ni en qué tiempo,
que no se siente el alma y que apenas
se siente el existir de nuestro cuerpo,
mi corazón oyó que lo llamaban
desde el umbral en niebla de algún sueño.
Para decirme su mensaje extraño,
aquella voz venía de tan lejos,
que más que voz de sueño parecía,
en su misterio gris, sombra de un eco.
Sentada estaba yo en aquel instante
en un muelle silló de terciopelo.
Mis brazos se apoyaban en sus brazos
-¡qué desmayados los sentía luego!-
Después, atravesando los cristales
de un gran balcón que daba al ancho cielo,
una sombra vi entrar. Tal vez la tarde
al irse, entraba a verme... Yo eso creo...
La isla
Deslizándome en el agua
hasta la Isla he venido.
He vagado entre sus brisas.
Y por su costa he corrido.
Del mar salí llena de algas,
con el bañador ceñido.
Y tras andar por la Isla,
bajo un árbol he dormido.
¡Qué soledad suntuosa!
¡Qué espléndida soledad!
¡Y qué fatigosa vida
la vida de la ciudad!