Francisco A. de Icaza

Francisco A. de Icaza nació el 2 de febrero de 1863 en México y falleció en Madrid en 1925. Fue un ferviente apasionado de la literatura española y se desempeñó como crítico literario y poeta; además, realizó tareas diplomáticas, siendo la política la segunda actividad que le gustaba.
Francisco se hizo conocido por su obra poética; sin embargo posteriormente algunos de sus ensayos recibieron un buen recibimiento, ayudándolo a ubicarse en un importante espacio dentro del ambiente. Esto hizo que en España fuera escogido como miembro de la Real Academia de la Historia y la Academia de las Bellas Artes. Allí fue altamente reconocido y la forma apasionada en la que escribió sobre esta tierra lo convirtió en un poeta amado por los lectores ibéricos. Cabe mencionar que una de sus frases más conocidas es "Dale limosna, mujer, que no hay en la vida nada como la pena de ser ciego en Granada".
Se lo considera un impulsor de la fundación de la Academia Mexicana de la Historia en su país natal. De sus obras se destacan "El Quijote durante tres siglos" y "Sus amores y sus odios y otros estudios", una obra que profundizaba los aspectos más escondidos de la vida de Lope de Vega; con él fue galardonado con el Premio Nacional de Literatura.
En esta web podrás encontrar algunas de sus poesías, como "El encanto del libro", "Paisaje de sol" y "Aldea andaluza".

Poemas de Francisco A. de Icaza

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Francisco A. de Icaza:

En la noche

Los árboles negros,
la vereda blanca,
un pedazo de luna rojiza
con rastros de sangre manchando las aguas.

Los dos, cabizbajos,
prosiguen la marcha
con el mismo paso, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia.

Pero en la revuelta
de la encrucijada,
frente a la taberna, algunos borrachos
dan voces y cantan.

Ella se le acerca,
sin hablar palabra
se aferra a su brazo,
y en medio del grupo, que los mira, pasan.

Después, como antes,
caen el brazo flojo y la mano lacia,
y aquellas dos sombras, un instante juntas,
de nuevo se apartan.

Y así en la noche
prosiguen su marcha
con el mismo ritmo, en la misma línea,
y siempre en silencio y siempre a distancia.

Ahasvero

Toma el bordó, peregrino;
como ayer a la alborada,
hoy con la noche mediada
has de emprender el camino.

Ya de las aves el trino
no alegrará tu jornada;
está la noche cerrada,
negro y callado el camino.

Si por la senda ignorada
al azar de tu destino
has de caminar sin tino,

ni busques ni esperes nada...
hunde tu sombra cansada
en la sombra del camino.

Paisaje de sol

Azul cobalto el cielo, gris la llanura
de un blanco tan intenso la carretera,
que hiere la retina con la blancura
de la plata bruñida que reverbera.

Allá lejos, muy lejos, una palmera,
tras unas tapias rojas, a grande altura,
como el airón flotante de una cimera,
levanta su penacho de fronda oscura.

Llego al lejano huerto; bajo la parra
que da sombra a la escena que me imagino,
resuenan los acordes de la guitarra;

rompe el silencio una copla que ensalza el vino...
y al monótono canto de la cigarra
avanzo triste y solo por el camino.

Estancia

Este es el muro, y en la ventana
que tiene un marco de enredadera,
dejé mis versos una mañana,
una mañana de primavera.

Dejé mis versos en que decía
con frase ingenua cuitas de amores;
dejé mis versos que al otro día
su blanca mano pagó con flores.

Este es el huerto, y en la arboleda,
en el recodo de aquel sendero,
ella me dijo con voz muy queda:
Tú no comprendes lo que te quiero.

Junto a las tapias de aquel molino,
bajo la sombra de aquellas vides,
cuando el carruaje tomó el camino,
gritó llorando: ¡Qué no me olvides!

Todo es lo mismo; ventana y yedra,
sitios umbrosos, fresco emparrado
gala de un muro de tosca piedra;
y aunque es lo mismo, todo ha cambiado.

No hay en la casa seres queridos;
entre las ramas hay otras flores;
hay nuevas hojas y nuevos nidos,
y en nuestras almas, nuevos amores.

Reliquia

En la calle silenciosa
resonaron mis pisadas;
al llegar frente a la reja
sentí abrirse la ventana. . .

¿Qué me dijo? ¿Lo sé acaso?
Hablamos con el alma. . .
como era la última cita,
la despedida fue larga.
Los besos y los sollozos
completaron las palabras
que de la boca salían
en frases entrecortadas.
Rézale cuando estés triste,
dijo al darme una medalla,
y no pienses que vas solo
si en tus penas te acompaña.

Le dije adiós. muchas veces,
sin atreverme a dejarla,
y al fin, cerrando los ojos,
partí sin volver la cara.

No quiero verla, no quiero,
¡será tan triste encontrarla
con hijos que no son míos
durmiendo sobre su falda!

¿Quién del olvido es culpable?
Ni ella ni yo: la distancia...
¿Qué pensará de mis versos?
tal vez mucho, quizá nada.
No sabe que en mis tristezas,
frente a la imagen de plata,
invento unas oraciones,
que suplen las olvidadas.

¿Serán buenas? ¡Quién lo duda!
Son sinceras, y eso basta;
yo les rezo a mis recuerdos
y se alegra mi nostalgia,
frente a la tosca medalla.

Y se iluminan mis sombras,
y cruzan nubes de incienso
el santuario de mi alma.

Vesperal

El pastor su rebaño en el redil encierra
y del prado brumoso viene una voz lejana:
es aguda en la esquila y grave en la campana. . .
Una niebla de ensueño se extiende por la tierra. . .
El cobre del ocaso se funde en rojo brillo,
y luego es amaranto, es pálido violeta,
es sombra y es silencio. Ya sólo canta el grillo.
Húndete, corazón, en esta paz completa.