Poemas de Francisco Urondo
- A su lado
- Amarla es difícil
- Ave del paraíso
- Benefacción
- Carlos Gardel
- Casadas y cortesanas
- Fin y principios
- Hoy un juramento
- La novia ausente
- La pura verdad
- La verdad es la única realidad
- La vuelta al pago
- Los descuidos
- Mensaje cifrado
- No puedo quejarme
- Otra cosa
- Valeriana
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Francisco Urondo:
La pura verdad
Si ustedes lo permiten,
prefiero seguir viviendo.
Después de todo y de pensarlo bien, no tengo
motivos para quejarme o protestar:
siempre he vivido en la gloria: nada
importante me ha faltado.
Es cierto que nunca quise imposibles; enamorado
de las cosas de este mundo con inconsciencia y dolor y miedo y apremio.
Muy de cerca he conocido la imperdonable alegría; tuve
sueños espantosos y buenos amores, ligeros y culpables.
Me averguenza verme cubierto de pretensiones; una gallina torpe,
melancólica, débil, poco interesante,
un abanico de plumas que el viento desprecia,
caminito que el tiempo ha borrado.
Los impulsos mordieron mi juventud y ahora, sin darme cuenta, voy iniciando
una madurez equilibrada, capaz de enloquecer a cualquiera o aburrir de golpe.
Mis errores han sido olvidados definitivamente; mi memoria ha muerto y se queja
con otros dioses varados en el sueño y los malos sentimientos.
El perecedero, el sucio, el futuro, supo acobardarme, pero lo he derrotado
para siempre; sé que futuro y memoria se vengarán algun día.
Pasaré desapercibido, con falsa humildad, como la Cenicienta, aunque algunos
me recuerden con cariño o descubran mi zapatito y también vayan muriendo.
No descarto la posibilidad
de la fama y del dinero; las bajas pasiones y la inclemencia.
La crueldad no me asusta y siempre viví deslumbrado
por el puro alcohol, el libro bien escrito, la carne perfecta.
Suelo confiar en mis fuerzas y en mi salud
y en mi destino y en la buena suerte:
sé que llegaré a ver la revolución, el salto temido
y acariciado, golpeando a la puerta de nuestra desidia.
Estoy seguro de llegar a vivir en el corazón de una palabra;
compartir este calor, esta fatalidad que quieta no sirve y se corrompe.
Puedo hablar y escuchar la luz
y el color de la piel amada y enemiga y cercana.
Tocar el sueño y la impureza,
nacer con cada temblor gastado en la huida
Tropiezos heridos de muerte;
esperanza y dolor y cansancio y ganas.
Estar hablando, sostener
esta victoria, este puño; saludar, despedirme
Sin jactancias puedo decir
que la vida es lo mejor que conozco.
La verdad es la única realidad
Del otro lado de la reja está la realidad, de
este lado de la reja también está
la realidad; la única irreal
es la reja; la libertad es real aunque no se sabe bien
si pertenece al mundo de los vivos, al
mundo de los muertos, al mundo de las
fantasías o al mundo de la vigilia, al de la explotación o de la producción.
Los sueños, sueños son; recuerdos, aquel
cuerpo, ese vaso de vino, el amor y
las flaquezas del amor, por supuesto, forman
parte de la realidad; un disparo en
la noche, en la frente de estos hermanos, de estos hijos, aquellos
gritos irreales de dolor real de los torturados en
el angelus eterno y siniestro en una brigada de policía
cualquiera
son parte de la memoria, no suponen necesariamente el presente, pero
pertenecen a la realidad. La única aparente
es la reja cuadriculando el cielo, el canto
perdido de un preso, ladrón o combatiente, la voz
fusilada, resucitada al tercer día en un vuelo inmenso cubriendo la Patagonia
porque las
masacres, las redenciones, pertenecen a la realidad como
la esperanza recatada de la pólvora, de la inocencia
estival: son la realidad, como el coraje y la convalecencia
del miedo, ese aire que se resiste a volver después del peligro
como los designios de todo un pueblo que marcha hacia la victoria
o hacia la muerte, que tropieza, que aprende a defenderse, a rescatar
lo suyo, su
realidad.
Aunque parezca a veces una mentira, la única
mentira no es siquiera la traición, es
simplemente una reja que no pertenece a la realidad.
Cárcel de Villa Devoto, abril de 1973
Hoy un juramento
Cuando esta casa,
en la que vivo hace años,
tenga
una salida, yo cerraré
la puerta para guardar su calor;
yo la abriré
para que los vientos
de todas partes, vengan
a lavarle la cara;
a remontarla,
de esa manera con que vuelan
las intenciones,
los aparecidos, los recuerdos por venir,
y lo que a uno le asusta
aunque todavía no haya ocurrido.
Fin y principios
Estoy en los ruidos de la tristeza,
en las tablas de la perdición,
en el aire de este tiempo maldito, infortunado;
llovizna criminal y sucia.
En aventuras, en la queja
del muerto y el terror de los vivos y el soplo
de los convalecientes.
Estoy en el clamor encontrado, fuera
de la felicidad y el fascismo y el olvido sin escuchar
la clausura y la ausencia,
sin tolerar la conmiseración, o desconocer
la alegría o la bondad o el dolor del caído.
Sin sentir resignaciones, sufriendo con rabia
la esperanza, viviendo a mi manera.
A su lado
No serán muertos los pasos del amor; vacío
vino al mundo, tibio aún
por el viento que lo aposentaba
tan deliciosamente.
Y la tibieza fue
frío y el agua piedra
y las sombras cuchillos y el grito, la primera vez.
Lloró como nunca no fueron
los muertos los pasos del amor-, pudo hablar
y mentir y deslizar su vida y su alegría
hasta quedar harto de leche y sueños, y olvidar
y empezar a morir como todos:
un día cualquiera termina
el año, el sol termina
y comienza todo donde una mano empieza.
Su mano, su calor
llegado desde del vientre
hacia mí; inspirado por otro calor,
para levantar ahora los pasos del amor,
para impedir que mueran.
Por eso, aquélla o ésta, principio
o fin, madre o amante; ella
estará donde mis ojos vayan.
La vuelta al pago
No quiero volver
a ese lugar
intransitable
y escuálido donde todo parece dormido.
Quiero calor,
dolor; sin soledades
sentir
alegría, a pesar de todo.
No quiero ausencias,
ni lágrimas. No me gustan
la madres, ni las caricias, ni los buenos entendidos:
fortunas quietas, venturas inanimadas:
llegar de otros lugares,
para volver. Regresar
a mi punto de partida,
verterme como una jarra seca y consecuente.
No quiero seguir durmiendo
junto a esa fuente
que ninguna sed calma. Propongo
vivir sin dominios, simplemente.
No tengo ganas de regresar,
que mi santo sepulcro no pretenda esperarme. Quiero
inventarlo a último momento
sin pensar demasiado, sin mucho rencor,
cuando sea necesario.