Jorge Ortega

Jorge Ortega es un poeta y ensayista nacido en Mexicali, México, en el año 1972. Cursó sus estudios universitarios en España, donde se doctoró en Filología Hispánica. En la actualidad ejerce la docencia superior y realiza colaboraciones con numerosas publicaciones de carácter cultural, tales como Letras Libres y Alforja. Como muchas otras personas dedicadas a la poesía, evita la exposición pública y considera necesario pasar desapercibido entre las multitudes, para observar tranquilamente la vida, desde una perspectiva cercana y profunda, que luego desembocará en una serie de creaciones mayormente ignoradas por un mundo que se inclina por el ruido y la falta de compromiso. Sin embargo, Ortega no se muestra descontento ante la falta de interés que tantos países muestran por la lírica, sino que agradece poder dedicarse a su pasión sin necesidad de dar explicaciones a masas sedientas de arte.
Desde el año 1992, ha publicado diversos poemarios, entre los que destacan "Crepitaciones de junio" y "Devoción por la piedra". Más tarde, comenzó a cultivar el ensayo, con títulos como "Litoral de prosa" y "Tríptico arbitrario". Por otro lado, muchas de sus obras de ambos géneros aparecen en ediciones colectivas, tales como anuarios y antologías. A continuación, es posible disfrutar de algunos de sus poemas, entre los que destacamos "Diurno de la estatua".

Poemas de Jorge Ortega

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Jorge Ortega:

Epitafio para niño ahogado

a Juan Pablo (1991-1994)



Pastor de las aguas: la eternidad deshiela muelles sobre tus párpados de obsidiana latente, hoteles en domos para sondear motocicletas. La eternidad no tiene horas, ni forrajes de oxígeno que cubran tu silencio rebosante de loas, ni el sol de California que asocias calladamente con un secreto botánico de tu propio mérito. La resignación es el empeño donde los vivos pregonamos tus primeras palabras como una música primitiva, el álbum fotográfico que gangrena los sillones como una maldición hereditaria. Para ti no habrá cuerpo que deslinde los torbellinos del vello púbico, ni pretexto estudiantil para sisguear arengas amorosas; mas en la ingenua conspiración de las albercas, habrás vislumbrado la parvulez de los oleajes, justo cuando la tarde riega por el puerto una lotería de fatídicos manoteos.

Pastor de las aguas: hay quienes llevan por corazón un salmón de oro macizo, una penumbra de alas.

Antevíspera

1

No pienso el poema.
Dejo abiertas las branquias de la pleura
para la embestida del siroco.

Un tifón asalta
la cisterna
del oxígeno que reciclo,
azota las ventanas olfativas
denostando la cordura del instante.

Mi credo es disponer de buril
cuando el vórtice haya entonces
doblegado la fibra más lejana,
cuando el reverso de la piel
quede ya galvanizado
de mielina sinestésica.

Los sentidos concurren en la mano
y hacen de su palma un tercer ojo.


2

Escribir pues
la traducción de los suspiros,
la gravidez del éter
impregnado de luz terráquea.

No relegar la matemática
pero adosar íntimamente
las flotaciones del entorno
a la sinergia del texto.

Desde los índices del gusto
prorrogar la tolerancia,
elastificar sus laterales
oponiendo un ecosistema.


10

La poesía es intermitencia,
presencia en duda
que vacila entre el aquí y el allá.
Allá palpita un buque.
Aquí la ola pedestre.
Entre el advenimiento de la nao y el repecho arenisco
la espacialidad del poema,
su lapso narrativo oreado de brisa,
veteado de sal como un bauprés.

El poema surca el viento;
parte en dos los efluvios contrarios
como una Biblia abierta a la mitad,
una metáfora del mar Rojo
acreedora de la disección más edificante.

Autorizo inspecciones de canícula
en mis hipogeos cutáneos.
Dejo que la embriaguez del agua
bañe la sequía de mis empeines.
Humedezco el pecho altivo
aspirando las señales de la tromba.

Todo fenómeno improbable
queda por cumplirse
en la virginidad del pliego oceánico.


12

No importa si el poema
cae del cielo o brota de la tierra.
Si desciende de las cumbres heliconias
o asciende de un cráter con apremio
de roca plutónica.

Si con tino de volcán
proyecta su tipografía,
o con fertilizante de llovizna.

El esófago dispara
piedras viscerales,
mas ignora la asepsia periférica
que regla el aposento de las letras.
Poco importa su torpeza enardecida,
su erupción de alquimia carrasposa.

Da lo mismo
si la altura suministra
el fosforescer de la planicie,
si el arabesco de los dígitos
resulta entronizado
por el sonar de un tragaluz.

Más acá del rito originario
el poema es materia cognoscible,
liebre capturada entre dos hitos.

Contrapunto del sueño

El grifo mal cerrado es un ejemplo
de vigilia sin fisura.
Certifica el tambor del fregadero
con puntualidad repetitiva.

Ya no reloj de arena: clepsidra;
estalactita derritiéndose, gotera,
abrasión por la que huye
el espíritu del hielo.

Las doce campanadas
aguardan a merced de la desidia.
Bastaría un apretón de llaves,
un sigiloso girar de icosaedros
para abandonarse a la cama
sin estigmas auditivos.

Ya procederá de madrugada
la mano diligente, el piscador sonámbulo
que siega clamores volátiles.
Ya olvidaré el aguacero de abalorios
cuando la siesta sea peldaño de mutismo
en la verticalidad de la jornada.

Índices del enfado

La soledad es una cápsula
centrada en la palestra de la tarde,
bóveda empotrada en la meseta
que es el altiplano del hastío.

Nadie se encuentra en casa, por ende
no hay voz que cisme el tedio
como un cubo de hielo. Sólo de pronto
se oye crujir el dorso de una puerta
como un barniz ansioso.

La muralla del silencio
divide en dos la estancia:
queda afuera el trotar de manecillas
y de este lado el péndulo
del ocio inmaculado.

Ya quema el ocaso
los últimos centímetros de la ventana,
supera el pináculo de su marco
con la garrocha de un vistazo perplejo.

El encierro frisa el límite
de la continencia vespertina,
sacia por escala de uno a uno
la magnitud de los bostezos:
frecuencia de un estar sin condiciones.

Dormir acompañado

El silencio es el arte
de la quietud extrema,
el voto de autosuficiencia
que procura el vigilante
de una noche sin sueño.

Alguien duerme a mi lado
desde hace media hora,
alguien cuya respiración
es un eco ilimitado
en el brocal de mi cuerpo.

Prohibido replegarse:
un corrimiento en falso
del talón bajo la sábana
podría perturbar a ese alguien
y estropear la balanza.

No olvidemos del reposo
su periferia sin escarpes,
su farallón de pesadez
nivelada con sueño frágil.

La movilidad es así
el sueño de todos los silencios,
la estatua reventada
por el chorro de la fuente.

Prolongación de la tregua

...que todo lo concibe sin crearlo.
MUERTE SIN FIN



Dios es glaciar
y estepa:

sabana de incandescencia,
plancha del mundo.

Eclipsado por la nada
huelga el pensamiento
vuelto agora
siberia de sal,
raso cristálico;

o, dicho de otro modo,
fulge dorado por la ausencia
de resoluciones.

Sobre el espéculo del juicio
quedan sólo atenuándose
las figuraciones del vaho.

Como un ajedrez de polvo
en el rellano
de una escalera
poco frecuentada.