Leopoldo de Luis

Leopoldo de Luis fue un poeta y crítico nacido en la provincia de Córdoba, España, el 11 de mayo del año 1918 y fallecido en la capital española el 20 de noviembre de 2005. Provenía de una familia donde la educación era una prioridad y en su juventud se trasladó a Madrid para convertirse en docente. Más tarde incursionó sin éxito en la carrera de literatura, dados ciertos problemas monetarios que sufrieron sus padres. Fue partícipe de la nefasta Guerra Civil, prestando sus servicios como soldado; irónicamente, entre tanta muerte y violencia, tuvo la oportunidad de relacionarse con otros hombres de letras, tales como Miguel Hernández, con quien colaboró en una antología que publicó un par de años más tarde. Pasó tres años encarcelado y esclavizado durante la posguerra, hasta que en 1942 recuperó su libertad. A partir de entonces, participó de diversas publicaciones literarias, tanto con sus creaciones poéticas como con su labor de crítica.
Entre sus poemarios, que rondan las tres decenas de títulos, encontramos "Huésped de un tiempo sombrío", "El árbol y otros poemas" y "La luz a nuestro lado". De sus libros de crítica, destacan "Antonio Machado, ejemplo y lección" y "Los pájaros de Aleixandre"."El mueble viejo" y otros de sus poemas están disponibles a continuación.

Poemas de Leopoldo de Luis

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Leopoldo de Luis:

La muerte

                              'Yo no puedo vivir mi muerte'
                                        Wittgenstein


Nadie puede vivir su propia muerte.
No es la muerte un afán ni una experiencia.
Morir no es más que un vaso que se vierte,
un motor que ha perdido su eficiencia.

Sé que llevo en los brazos a la nada
y de mirarla a ella me parezco.
Un poco se refleja en mi mirada,
día tras día algo de mí le ofrezco.

Pero vivir la muerte... ¿no sería
igual que ver la jarra ya vacía
o descubierto el hilo de la trama?

¿Cómo voy a vivir mi muerte? ¿Cuándo?
(Cruza el invierno un pájaro cantando
y no se posa porque ya no hay rama).

El espejo

Con los ojos vendados nos miramos
cada día delante de un espejo
para ser sólo imágenes
nuestras que no veremos.

Desfilamos, retratos fidelísimos,
copias exactas, calcos o reflejos,
resbalamos por aguas espejeantes
como narcisos ciegos.

Debo de ser la sombra, los perfiles,
la refracción de ese cristal o hielo;
debe de ser el doble repetido,
el naúfrago en el fondo de ese sueño.

Qué culto extraño ante el cristal, la luna,
de extraterrestre, de astronauta muerto
girando sin sentido
en la órbita cerrada por el pecho.
Qué culto extraño para
sentirnos sólo luminoso eco
de nuestra propia realidad corpórea,
mitología del agonizamiento
liturgia de pantallas sucesivas,
idolatrización de reverbero.

Sólo somos figuras proyectadas
sobre un cristal, pero jamás nos vemos.

Cumpleaños

Un año es como un torpe dromedario
y abrimos sobre él otro desierto.
Hemos venido en un camello muerto
sobre el que cabalgamos a diario.

¿Será cada año otra cabalgadura?
¿Cumplir años será algo más que un reto
o será ir descubriendo ese secreto
que nos espera tras la puerta oscura?

Cumplir años es como apostar fuerte
por la lenta derrota de la muerte
y ver que aún sigue abierta nuestra herida.

Miguel Oscar Menassa: todo empieza
de nuevo cuando juegas otra pieza
en el ajedrez rojo de la vida.

Otra vez

Vamos a repetir la misma escena.
Tú y yo. Nos aprendimos los papeles.
Miles y miles antes lo dijeron.
Pero la vieja historia nunca muere.

Nos vimos... ¿Qué mas da? Viejo escenario
donde el telón de fondo se sucede
en tanto que el guión en rotas páginas
reproduce sus frases indelebles.

Hombre y mujer. Nos hemos acercado.
Entre nosotros ahora el tiempo emerge
de su fondo lejano, nos inviste
los símbolos remotos de la especie.

He pronunciado una palabra, casi
una clave ancestral, y se estremece
la voz como una herida. Como un rito
aguardo la palabra que contestes.

Y has dicho 'amor' igual que si dijeras
'eternidad' o 'vida' o 'tierra' o 'muerte'.
A tu voz de conjuro se deshacen
los años y la sangre retrocede.

Se han adherido nuestros labios: sube
a la boca un sabor hondo y caliente.
Se han estrechado nuestros cuerpos: llega
un oleaje que en la tierra crece.

En esta antigua escena que hoy nos toca
representar, sentimos la vertiente
humana despeñarse, combatirnos
por las venas, latir en nuestras sienes.

Pobres actores, débiles actores,
de una vieja comedia sólo intérpretes,
nos llega su verdad como si fuésemos
los primeros, los últimos vivientes,
nos arrebata su pasión lo mismo
que si no hubiera sido siempre, siempre...

El mueble viejo

Al carpintero hoy he suplantado
y estoy manipulando la madera.
Los clavos vienen, el martillo espera
y un viejo mueble llora desclavado.

(Nadie recuerda aquel árbol herido
que de su corazón sacó esta tabla,
todavía en silencio ésta nos habla
envuelta de la sierra en el silbido).

¿Lograré yo un objeto necesario
donde se acoja mi dolor diario
y ceda la tristeza cotidiana?

¿Acaso de mi cuna haré el espejo,
o quizá de este pobre mueble viejo
el ataúd fabrique de mañana?

Es como levantarte con los ojos

Es como levantarte con los ojos,
con las húmedas alas de los ojos,
al imborrable cielo del recuerdo.
Pasan nubes oscuras, tristes pájaros.
Lentamente tu nombre al fin se queda
solo, desnudo, inmóvil, imposible,
como estrella varada.

Y nombrarte es dolor. Reconocerte
después de cada tarde, como el sueño,
es el dolor diario. Cruzo absorto
calles hacia la angustia de la nada,
entro en casas desnudas,
hablo a seres extraños, torpemente.

Reconocerte es triste, como es triste
siempre identificarnos lo más nuestro
inútilmente cerca, naufragando
en la luz impiadosa de los días.
Entramos y salimos de nosotros
abandonando siempre lo que somos,
esa sola verdad que nos habita,
apaleado perro en las veredas
por las que transitamos sordamente.

Sentirte cerca duele, como duele
siempre palpar la herida que no cura.
Sentirte en lenta huida hacia la tarde
con un dolor solar sobre los párpados.

Veo a veces tu cuerpo como un río,
como un río pasando mudamente
el puente de mis años, por mi pecho.
Y en un heroico cielo, siempre inmóvil,
só1o tu nombre, herido de memoria.

En esta soledad me estoy poblando,
haciéndome de bosque y fronda hirviente.

Una renunciación acaso sea
más que segar la pretendida rosa
brotar oscuros árboles de sueño.

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