Poemas de Luis Benítez
- ¡Oh! Trae el vino negro
- A Marcel Schwob
- Al castellano
- Algo fluye cuando ya nada se agita
- Behering
- Caracol de sueño sobre una cosa que mata
- Catón, el censor
- César Vallejo
- Conversaciones
- Dame una mentira enorme
- De las tantas cosas que no puede
- De lo que huye
- Deja que hable Ezra Pound
- Del amor por los bárbaros
- Del útero a la tumba un sueño te llevará
- El Hudson
- El mar de los antiguos
- El pescador de perlas
- El poema de hierro
- El uro
- En el museo de adentro
- Entonces, el canto...
- Epitafios
- Esta mañana escribí dos poemas
- Hombre masa
- Infancia de la maravillosa
- John Keats
- Júbilo y caída
- Kustendje, a orillas del mar negro
- La bestia de la aurora
- La ingenua
- La mano
- La yegua de la noche
- Lao-Tsé prepara una sentencia
- Las líneas del mundo
- Las vidas asombrosas
- Lo que decía el poeta
- Los miedos
- Los ojos de Rimbaud
- Poema del número cero
- Por quitarle a la muerte su soberbia
- The swan
- Todo lo que diré de ti
- Una avispa cruzó el himen de la ventana
- Veo a una mujer maquillarse
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Luis Benítez:
El mar de los antiguos
No volverá jamás el mar de los antiguos
a rebañar las costas creadas por sus olas.
Un año de ancho, una vida de largo,
se sumió en la honda bocanada del fondo.
Con él las bandas de Erik el Violento
y la pacífica vela de otro ladrón, fenicio,
doblaron para siempre ese horizonte blando
y abajo el precipicio que los tragó
a todos como se cierra un libro.
Ni el ceñudo pirata que un día fue
estatura y bronceado y sombra,
ni el traficante sofocado bajo tricornio y títulos,
tuvieron el poder de detener
aquellas otras olas que se llaman horas;
menos el múltiple ahogado, ése sin nombre,
puede asomar la cabeza ahora
para su intrépido persistir
bajo la luna, a solas.
Ah mar de Eneas y de Ulises
que no eras éste y eras
la cuna del delfín y las especias
y el camino del oro y siempre, lo Otro.
Qué portugueses y españoles eran
cuando eran los que eran en el mar.
¡Y el junco de esa otra historia, la ignorada,
que salía a él bajando de los ríos
como una rama armada de astrolabio,
con hombres amarillos bajo la tensa seda
guardando sus secretos, sus caminos y sus signos!
Veo entre peces voladores
cabalgar la trirreme del romano
y al bajel del griego salir de la zozobra;
todas esas ambiciones que iban tras las Hespérides
encalladas en el arrecife del Minuto.
Y la Sirena, el paganismo de a bordo
recubierto de escamas y colocado fuera,
y el oficial Leviatán del Viejo Testamento
condensados en la ballena blanca
que surcó todavía, en mil ochocientos y tantos,
el querido inolvidable mar de los antiguos.
The swan
Si yo fuera otro animal, ¿qué animal sería?
no dijo ella, nunca.
Tú serías un cisne y por el camino del cisne
se abrirían las aguas donde los hombres
lloran abismos verticales.
Si tú fueras un cisne,
tal vez aquellos que conozco no morirían jamás,
y estaría saciada esta sed memorable
de presentir en las sombras
el paso de otra Sombra.
El día, poblado de sentido,
girando sobre sí mataría el lado que se ignora
para devorar en minutos la obra de los siglos.
Y volvería a rodar la máquina necesaria
para encontrar en los ojos la Primera Palabra.
Cada piedra sería la de la locura
y mi alma no andaría lejos,
escondiéndose, como la de todos,
para no ver en el claro donde la luna baña estos milagros
que apenas somos unas furtivas cáscaras de la alegre Nada:
Adán es como lee el diablo, que mira al revés.
Si tú fueras un cisne los veranos oceánicos
se perderían lejos y un gesto
que no termina de caer sería detenido.
Pero tampoco vendría ninguna clase de invierno
a cambiar la piel de las serpientes
ni el sueño en la palabra.
No iríamos más lejos, aunque fueras un cisne.
Deja que hable Ezra Pound
Si no tienes nada que decir cállate
deja que hable Ezra Pound
desde las sombras el espléndido anciano
desde la fina línea de agua
el magnífico anciano
te muestra los genuinos billetes de su fortuna
y todos brillan legítimos peces
de un río infinito que sí
ése nunca se detiene.
Si no tienes nada que decir cállate
los altos caballeros las damas abigarradas
que vivieron y murieron y nacieron por esta sola causa
no pueden tener al lado
el tartamudeo de un enano
la cojera de un monedero falso
que delata que el oro de sus verbos
carece de aquella delgada línea de agua
esa finesse salvaje la impecable mancha
que no adorna la cabeza del animal escrito
-que cruza sólo un instante por el papel-
sino que sale de adentro del animal desfondado
de las vísceras vivas donde corre la sangre real
-ésa de donde proviene el color del colorado-
y palpita afuera como un monstruo de luz
como una imagen sin otra capilla que cada cosa
de cada universo posible e imposible
la que podría muy bien ser adorada
de pie y sin velos sin altares ni nada
-ni siquiera acólitos-
bajo el nombre de nuestra señora de los verbos
nimbada de estiércoles y nervios
de eclipses y novas oh tú
alta y baja sublime maliciosa
poesía que reinas sobre la amplia noche
y el delgado día.
Poema del número cero
Cuando la muerte señala la fibra luminosa que somos,
cómo tiembla su luz, cómo parpadea con el viento repentino,
cómo se aterra al pensar en la oscuridad, el silencio,
el dedo que elige antes, mientras las luces corren ardiendo
hacia el casi supremo resplandor, que es el número 1, antes del cero.
Dame una mentira enorme
Dame una mentira enorme, que haga temblar los pulsos de la edad
con su pisada grave y significativa,
que espante de mí los pájaros negros y los gusanos
que cosecho sin proponérmelo en la dársena del miedo
y se las arregle para hacerme creer que el hombre puede salir de sí,
ser uno con la mujer y amarla sin destruirse.
Algo que dure un momento y venga de tus labios,
para que yo me esconda y los altivos y los necios no me vean.
Detrás de esos frágiles decorados vivirá feliz y pequeñito,
lejos del tedio y de los ojos que escrutan en la noche.
Sin miedo al silencio y a las fieras,
luego que la mentira fuese pronunciada,
como por un hechizo efímero correrían los talones del infortunio
y ni él, ni la miseria, pescarían ya nada en mis sentidos embotados.
La angustia del hombre ardería como bruja-fénix
y estos ojos y estas pobres manos que rezan sin llegar
al rabo de Dios en las alturas, arrojarían al suelo,
deshecho, el viejo corazón de la amargura,
contentos en su careta nueva.
Dame una mentira enorme,
que haga girar al revés el tiempo en los relojes
y arrúllame en ella,
hasta que en mis labios aparezca
la helada sonrisa del idiota.
Júbilo y caída
Armonía primera allí te vi, no era necesario
mirar las partes de tu reino entero pero allí te vi
y no quise detenerme en tu orilla, tu orilla
que está en las simples cosas llenas de tu ondulante sombra.
Qué delicadamente, luz en la luz, centro del día,
te corporizas o elijes una sencilla forma cuando nos prestas tus ojos
y cómo un eterno amor nos lleva de la mano
a tus criaturas, allí donde eres sí,
en lo animado, la infinita danza,
la queja misma de cuanto existe.
Alta serenidad todo es tu vaso y cada uno
declara tuyo un color nuevo. Es abril
de un año que para ti no cuenta y sin embargo
un dulce calor te trajo aquí a mi lado. Era yo apenas
una certeza esta mañana y la espuma del sueño
y los lados del día se apagaban en mí.
Bastó pedir, correr a tu contagio,
para que un soplo sobre las cenizas que empolvaban las cosas
encendiera de nuevo el mundo de carbunclos,
las amatistas del aire... ¿las múltiples facetas
de tus brillantes vidrieras, de dónde vienen,
de qué sima profunda o de qué cima pública y expuesta,
de qué otro tiempo apenas visitado,
apenas entrevisto en el fuego del fuego?
Peor ayuno no hay, que el que hay de ti.