Poemas de Pablo Antonio Cuadra
- Albarda
- El ángel
- El cementerio de los pájaros
- El indio y el violín
- El niño
- Escrito junto a una flor azul
- Invención de la sirena
- La calavera de
- La noche es una mujer desconocida
- Lamento de la doncella en la muerte del guerrero
- Mujer reclinada en la playa
- Niña cortada de un árbol
- Nonantzin
- Paco Monejí
- Patria de tercera
- República de poetas
- Riverside
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Pablo Antonio Cuadra:
El ángel
De pie, con su estatura de recuerdo,
limpio, como agua erguida a contraluz,
el enamorado de la mendicidad
construye mi biografía.
Amo este ser incansable que me hiere a silencios.
Mas, día y noche, como un perro macilento,
giro alrededor de mi paraíso
donde dejé mi nostalgia
ahora dulcemente mortal.
¡ Si su espada, incandescente de memoria,
durmiera como mi sangre en sus noches!
Pero aquí estás
como álamo empecinado en tu exactitud,
poniendo tu ala lenta, casi fluvial,
sobre mi hombro,
sobre este lugar de carne deliberante y libertaria,
palpando si hay cruz,
si hay al menos un vago dolor cirineo,
y vuelves tu rostro,
tu faz poderosa, como una dalia con la fuerza
intolerable del roble,
como una estrella, con la ira amotinada y luminosa
del relámpago.
Patria de tercera
Viajando en tercera he visto
un rostro.
No todos los hombres de mi pueblo
óvidos, claudican.
He visto un rostro.
Ni todos doblan su papel en barquichuelos
para charco. Viajando he visto
el rostro de un huertero.
Ni todos ofrecen su faz al látigo del «no»
ni piden.
La dignidad he visto.
Porque no sólo fabricamos huérfanos,
o bien, inadvertidos,
criamos cuervos.
He visto un rostro austero. Serenidad
o sol sobre su frente
como un título (ardiente y singular).
Nosotros ¡ah! rebeldes
al hormiguero
si algún día damos
la cara al mundo:
con los rasgos usuales de la Patria
¡un rostro enseñaremos!
El niño
El niño
que yo fui
no ha muerto
queda
en el pecho
toma el corazón
como suyo
y navega dentro
lo oigo cruzar
mis noches
o sus viejos
mares de llanto
remolcándome
al sueño.
La calavera de
Arqueólogos desempolvan interrogaciones
junto a mis huesos.
Mayo ya no es vida
ni sus lluvias
recubren la risa de mi calavera.
¿En balde mi dolor?
¿Sobrancero mi canto? Ríe.
¿Fue acaso lo reído más tuyo, posteridad
que mi palabra?
Estoy tendido
a la usanza de los creyentes
y busco entre las amapolas
restos de mi corazón. ¡Ah! Mis cantos
¿serán también arqueología?
Investigadores
cavan el lugar de mi sueño.
oigo sus términos. Escucho.
No dicen: 'amó como nosotros.'
Miden mi cráneo.
Escrito junto a una flor azul
Temo trazar el ala del gorrión
porque el pincel no dañe
su pequeña libertad.
Anote
el poderoso esta ley del maestro
cuando legisle para el débil.
Escuche
este adagio del alfarero la muchacha
cuando mis labios se acerquen.
La noche es una mujer desconocida
Preguntó la muchacha al forastero:
-¿Por qué no pasas? En mi hogar
está encendido el fuego.
Contestó el peregrino: -Soy poeta,
sólo deseo conocer la noche.
Ella, entonces, echó cenizas sobre el fuego
y aproximó en la sombra su voz al forastero:
-¡Tócame! -dijo-. ¡Conocerás la noche!