Poemas de Ramón López Velarde
- A DOÑA INÉS DE ULLOA
- A LA GRACIA PRIMITIVA DE LAS ALDEANAS
- A LA PATRONA DE MI PUEBLO
- A LA TRAICIÓN DE UNA HERMOSA
- A LAS PROVINCIANAS MÁRTIRES
- A LAS VÍRGENES
- A MI PADRE
- A MI PRIMA ÁGUEDA
- A SARA
- A UN IMPOSIBLE
- A UNA AUSENTE SERÁFICA
- A UNA PÁLIDA
- AGUAFUERTE
- AL VOLVER
- ALEJANDRINOS ECLESIÁSTICOS
- ÁNIMA ADORATRIZ
- ANNA PAVLOWA
- BOCA FLEXIBLE, ÁVIDA
- CANONIZACIÓN
- COLOR DE CUENTO
- COMO EN LA SALVE
- COMO LAS ESFERAS
- CUANDO CONTIGO ESTOY, DUEÑA DEL ALMA
- CUARESMAL
- DEJAD QUE LA ALABE
- DEL PUEBLO NATAL
- DEL SEMINARIO
- DESPILFARRAS EL TIEMPO
- DÍA 13
- DISCO DE NEWTON
- DOMINGOS DE PROVINCIA
- EL ADIÓS
- EL ANCLA
- EL CAMPANERO
- EL CANDIL
- EL MENDIGO
- EL MINUTO COBARDE
- EL PERRO DE SAN ROQUE
- EL PIANO DE GENOVEVA
- EL RETORNO MALÉFICO
- EL SON DEL CORAZÓN
- EL SUELO NATIVO
- EL SUEÑO DE LA INOCENCIA
- EL SUEÑO DE LOS GUANTES NEGROS
- EL VIEJO POZO
- ELLA
- ELOGIO A FUENSANTA
- EN EL PIÉLAGO VELEIDOSO
- EN EL REINADO DE LA PRIMAVERA
- EN LA PLAZA DE ARMAS
- EN LAS TINIEBLAS HÚMEDAS
- EN MI PECHO FELIZ
- EN TU CASA DESIERTA
- EN UN JARDÍN
- EUCARÍSTICA
- FÁBULA DÍSTICA
- FLOR TEMPRANA
- FRAGMENTO
- GAVOTA
- HERMANA, HAZME LLORAR
- HIMENEO
- HORMIGAS
- HOY COMO NUNCA
- HUMILDEMENTE
- IDOLATRÍA
- INTROITO
- JEREZANAS
- LA ASCENSIÓN Y LA ASUNCIÓN
- LA BIZARRA CAPITAL DE MI ESTADO
- LA CANCIÓN DEL HASTÍO
- LA DONCELLA VERDE
- LA ESTROFA QUE DANZA
- LA LÁGRIMA
- LA MANCHA DE PÚRPURA
- LA NIÑA DEL RETRATO
- LA SALTAPARED
- LA SUAVE PATRIA
- LA TEJEDORA
- LA TÓNICA TIBIEZA
- LA ÚLTIMA ODALISCA
- LAS DESTERRADAS
- ME DESPIERTA UNA ALONDRA
- ME ESTÁS VEDADA TÚ
- MEMORIAS DEL CIRCO
- MI CORAZÓN AMERITA
- MI VILLA
- MIENTRAS MUERE LA TARDE
- MUERTA
- NO ME CONDENES
- NOCHES DE HOTEL
- NUESTRAS VIDAS SON PÉNDULOS
- OFRENDA ROMÁNTICA
- PARA EL ZENZONTLE IMPÁVIDO
- PARA TUS DEDOS ÁGILES Y FINOS
- PARA TUS PIES
- POBRECILLA SONÁMBULA
- POEMA DE VEJEZ Y DE AMOR
- POR ESTE SOBRIO ESTILO
- PROMESA
- PUREZA
- QUE SEA PARA BIEN
- ¿QUÉ SERÁ LO QUE ESPERO?
- ROSA MÍSTICA
- RUMBO AL OLVIDO
- SE DESHOJABAN LAS ROSAS
- SER UNA CASTA PEQUEÑEZ
- SI SOLTERA AGONIZAS
- SUIZA
- SUS VENTANAS
- TE HONRO EN EL ESPANTO
- TEMA II
- TENÍAS UN REBOZO DE SEDA
- TIERRA MOJADA
- TODO
- TRANSMÚTASE MI ALMA
- TREINTA Y TRES
- TU PALABRA MÁS FÚTIL
- TU VOZ PROFÉTICA
- TUS DIENTES
- TUS HOMBROS SON COMO UN ARA
- TUS VENTANAS
- UN LACÓNICO GRITO
- UNA VIAJERA
- VACACIONES
- VIAJE AL TERRUÑO
- Y PENSAR QUE PUDIMOS
Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Ramón López Velarde:
HORMIGAS
A la cálida vida que transcurre canora
con garbo de mujer sin letras ni antifaces,
a la invicta belleza que salva y que enamora,
responde, en la embriaguez de la encantada hora,
un encono de hormigas en mis venas voraces.
Fustigan el desmán del perenne hormigueo
el pozo del silencio y el enjambre del ruido,
la harina rebanada como doble trofeo
en los fértiles bustos, el Infierno en que creo,
el estertor final y el preludio del nido.
Mas luego mis hormigas me negarán su abrazo
y han de huir de mis pobres y trabajados dedos
cual se olvida en la arena un gélido bagazo;
y tu boca, que es cifra de eróticos denuedos,
tu boca, que es mi rúbrica, mi manjar y mi adorno,
tu boca, en que la lengua vibra asomada al mundo
como réproba llama saliéndose de un horno,
en una turbia fecha de cierzo gemebundo
en que ronde la luna porque robarte quiera,
ha de oler a sudario y a hierba machacada,
a droga y a responso, a pabilo y a cera.
Antes de que deserten mis hormigas, Amada,
déjalas caminar camino de tu boca
a que apuren los viáticos del sanguinario fruto
que desde sarracenos oasis me provoca.
Antes de que tus labios mueran, para mi luto,
dámelos en el crítico umbral del cementerio
como perfume y pan y tósigo y cauterio.
EL SON DEL CORAZON
Una música íntima no cesa,
porque transida en un abrazo de oro
la Caridad con el Amor se besa.
¿Oyes el diapasón del corazón?
Oye en su nota múltiple el estrépito
de los que fueron y de los que son.
Mis hermanos de todas las centurias
reconocen en mí su pausa igual,
sus mismas quejas y sus propias furias.
Soy la fronda parlante en que se mece
el pecho germinal del bardo druida
con la selva por diosa y por querida.
Soy la alberca lumínica en que nada,
como perla debajo de una lente,
debajo de las linfas, Scherezada.
Y soy el suspirante cristianismo
al hojear las bienaventuranzas
de la virgen que fue mi catecismo.
Y la nueva delicia, que acomoda
sus hipnotismos de color de tango
al figurín y al precio de la moda.
La redondez de la Creación atrueno
cortejando a las hembras y a las cosas
con un clamor pagano y nazareno.
¡Oh Psiquis, oh mi alma: suena a son
moderno, a son de selva, a son de orgía
y a son marino, el son del corazón!
HERMANA HAZME LLORAR
Fuensanta:
dame todas las lágrimas del mar.
Mis ojos están secos y yo sufro
unas inmensas ganas de llorar.
Yo no sé si estoy triste por el alma
de mis fieles difuntos
o porque nuestros mustios corazones
nunca estarán sobre la tierra juntos.
Hazme llorar, hermana,
y la piedad cristiana
de tu manto inconsútil
enjúgueme los llantos con que llore.
el tiempo amargo de mi vida inútil.
Fuensanta:
¿tú conoces el mar?
Dicen que es menos grande y menos hondo
que el pesar.
Yo no sé ni por qué quiero llorar:
será tal vez por el pesar que escondo,
tal vez por mi infinita sed de amar.
Hermana:
dame todas las lágrimas del mar...
Y PENSAR QUE PUDIMOS
Y pensar que extraviamos
la senda milagrosa
en que se hubiera abierto
nuestra ilusión, como perenne rosa...
Y pensar que pudimos
enlazar nuestras manos
y apurar en un beso
la comunión de fértiles veranos...
Y pensar que pudimos
en una onda secreta
de embriaguez, deslizarnos,
valsando un vals sin fin, por el planeta...
Y pensar que pudimos,
al rendir la jornada,
desde la sosegada
sombra de tu portal y en una suave
conjunción de existencias,
ver las cintilaciones del Zodíaco
sobre la sombra de nuestras conciencias...
EL SUENO DE LOS GUANTES NEGROS
Soñé que la ciudad estaba dentro
del más bien muerto de los mares muertos.
Era una madrugada del Invierno
y lloviznaban gotas de silencio.
No más señal viviente, que los ecos
de una llamada a misa, en el misterio
de una capilla oceánica, a lo lejos.
De súbito me sales al encuentro,
resucitada y con tus guantes negros.
Para volar a ti, le dio su vuelo
el Espíritu Santo a mi esqueleto.
Al sujetarme con tus guantes negros
me atrajiste al océano de tu seno,
y nuestras cuatro manos se reunieron
en medio de tu pecho y de mi pecho,
como si fueran los cuatro cimientos
de la fábrica de los universos.
¿Conservabas tu carne en cada hueso?
El enigma de amor se veló entero
en la prudencia de tus guantes negros.
¡Oh, prisionera del valle de México!
Mi carne [... urna ...] de tu ser perfecto;
quedarán ya tus huesos en mis huesos;
y el traje, el traje aquel, con que su cuerpo
fue sepultado en el valle de México;
y el figurín aquel, de pardo género
que compraste en un viaje de recreo.
Pero en la madrugada de mi sueño,
nuestras manos, en un circuito eterno
la vida apocalíptica vivieron.
Un fuerte [... ventarrón ...] como en un sueño,
libre como cometa, y en su vuelo,
la ceniza y [... la hez ...] del cementerio
gusté cual rosa [... entre tus guantes negros ...].
A MI PADRE
Nunca, señor, pensé que el verso mío
cuando te hablara en él por vez primera
la música filial de los veinte años,
del huérfano infelice la voz fuera.
Nada valió la familiar plegaria;
moriste en plena vida, y ¡qué contraste
tocóles a los tuyos, muerto amado,
en la noche fatal que agonizaste!
Noche con paz de luna; también fuiste
noche más que ninguna tormentosa;
tus horas de martirio florecieron
en mi jardín, como sangrienta rosa.
Todo lo evoco, Padre: tus quejidos;
tus palabras postreras; la voz triste
con que te habló tu hermano sacerdote;
la mañana de otoño en que moriste;
los cirios -compañeros de velada-;
la madre y los hermanos, todos juntos;
el ataúd que sale de la casa;
el sollozante oficio de difuntos;
y ¡oh infinita bondad la de los padres!
los ojos muertos de tu faz piadosa
que me vieron por último con lástima
en las orillas de la negra fosa.
Supe después lo enormemente triste
que es la trsiteza del hogar vacío
y lloré con la marcha de la madre
para tierras del norte. Mas confío
que te he de ver, oh Padre, para siempre
con mis pupilas de resucitado.
Aquel buen ángel que guardó el sepulcro
de Jesucristo, y que miró extasiado
la tierra redimida, y a las santas
mujeres que buscaban al Amado,
las consoló, verá concluir su oficio
cuando el último Adán encuentre abiertos
los eternos lugares de victoria
y no haya quien pregunte por sus muertos.