Alberto Blanco

Alberto Blanco es un poeta polifacético nacido en Ciudad de México el 18 de febrero de 1951. Siguiendo la tradición familiar, estudió Ingeniería Química en la Universidad Iberoamericana. Sin embargo, desde pequeño había cultivado su gusto por la escritura, el dibujo y la música, y estas pasiones continuaron vivas aun mientras atendía las cátedras en la facultad. A pesar de haber sido un lector precoz, se acercó a la poesía casi al final de su adolescencia, a través de los simbolistas franceses, como Baudelaire y Rimbaud, y más tarde conoció la lírica de su país. Su amor por la pintura también lo convirtió en profesión, publicando obras suyas e ilustrando portadas de libros.
Sus más de treinta poemarios han sido traducidos a muchos idiomas, y se han recopilado en varias antologías. También ha escrito ensayos, como "Las voces del ver", y ha traducido tanto poesías como libros de cuentos para niños y de ciencia. En 1994, se publicó un disco compacto titulado "El libro de los pájaros", con poemas como "El jilguero" y "El ruiseñor".
Este completísimo artista asegura que las palabras, cuando uno se pone a su servicio, nos ayudan, no sólo a exteriorizar nuestros sentimientos y experiencias, sino a descubrir mundos inexplorados.

Poemas de Alberto Blanco

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Alberto Blanco:

El cuervo


Sé que es diciembre en alguna parte
y que saltan los astros
en las copas blandas
de los abetos recién nevados.

Sé que hay una especie de cuervo
que llega a encender su propia mecha
y extiende lentas alas de humo
a lo largo del cielo.

Una tenue luz -mientras tanto-
atraviesa las cortinas
y dora el lomo cansado de mis libros.

Se alcanzan a distinguir entre las letras
los cristales de un invernadero.

El corazón calienta este paisaje
que se escucha entre ráfagas de viento…
el clima frío y cerezas encendidas
en la mirada atenta del cuervo.

Fluye la música de las alturas
entre los copos de nieve.

El día y la noche
en la quietud sin tiempo
colman esta aspiración inmensa
de ser el sol y la luna en un mismo pecho.

Cancion de diciembre


Qué voluntad de permanencia
la de este viejo pirú desabrigado
que contra toda ley se sostiene
de pie sobre el asfalto. Ya tiene
seco el tronco pero tenaz ocupa
el espacio y el tiempo, meciendo
la breve sombra de lo que fue
alguna vez la copa sorprendente.

El fin de las etiquetas


La mosca se levanta de la mesa
y domina los cuartos desde el techo,
atraviesa puntualmente el pasillo
que comunica al mar con el espejo.

Penetrante en la luz es su zumbido
una burbuja más dentro del agua...
navegando descubre entre los botes
el borde iluminado del mantel.

El fondo es sucio, lo que mira claro:
esta vida que flota vacilante
con aire de papel, blanco de luz,
nada recuerda ya de las palabras.

Los pericos


Hablan todo el día
y entrada la noche
a media voz discuten
con su propia sombra
y con el silencio.

Son como todo el mundo
─los pericos─
de día el cotorreo,
de noche malos sueños.

Con sus anillos de oro
en la mirada astuta,
las plumas brillantes
y el corazón inquieto
por el lenguaje…

Son como todo el mundo
─los pericos─
los que hablan mejor
tienen su jaula aparte.

Los flamencos


Aquella larga noche
mi sueño me llevó a la alberca
de las luces profundas y los flamencos
prendidos como rosas eléctricas
en el interior de una aguamarina.

Y en la soledad de aquel paraje
comprendí ─dentro del sueño─
que eran otros pájaros
los que soñaban minuciosamente
a los flamencos encendidos.

Vi también a aquellos otros pájaros
que desde un sueño inenarrable
desplegaban la forma de este sueño
acunados en sus plumas de agua.

Y no puedo decir de qué manera,
pero vi que aquellos pájaros soñadores
eran soñados a su vez
─de un modo incomprensible para mi─
por unos pájaros transparentes
en el silencio de la noche,
y que todas estas visiones
cristalizaban en otra luz más blanca.

El grajo


Un grajo entre las nubes salta
como una mancha de tinta en un cuaderno,
como un pozo sin fondo y sin cubeta
donde el agua se queja mientras grazna.

Sus plumas son carbón para aquel horno
que de las pesadillas se alimenta
y sus ojos un círculo de lumbre
que deja las promesas sin cumplir.

Las alas tenebrosamente abiertas son
la oscuridad del día en la cabeza
y las garras de hierro al rojo vivo
ardientes relámpagos de media noche.

Es la cola del grajo en la tormenta
el triste timón de los desastres
y sus patas invictas escaleras
por donde sube el humo de los siglos.

El pico -por último- es un usurero
clavado en las necesidades de la sombra
con la cresta como una bravata
coronando el negrísimo atavío.

Como un sufrimiento sin alivio
donde la noche inclina la balanza
el grajo es en la oscuridad
un espejo con alas de obsidiana.

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