Francisco Hernández

Francisco Hernández nació en San Andrés Tuxtla (México), en 1946. Allí pasó sus primeros años de vida; posteriormente, cuando contaba con 20 años de edad, se mudó al Distrito Federal con el fin de estudiar publicidad. En este período comenzó a escribir poesía, a la que dedicaba completamente sus ratos libres.
En su lírica puede encontrarse un fuerte interés por plasmar sus sentires respecto al desencanto por el mundo. Además tiene muchos poemas de amor con un enfoque erótico; otros sobre la muerte, la palabra y la poesía. Ciertos elementos como el mar, el cuerpo femenino, el delirio y la luz, se repiten en varias ocasiones y podrían mencionarse como ejes por el que transcurre su discurso.
Existen algunas obras escritas por Hernández que aparecen bajo el seudónimo de Mardonio Sinta, que según se ha estudiado, se trata de un heterónimo del autor. Algunos de los libros que vieron la luz a través de este personaje son "Coplas a barlovento" y "¿Quién me quita lo cantado?".
Si quieres conocer más de su poesía, en nuestra web puedes leer algunas de sus creaciones como "Hasta que el verso quede", "Hecho de memoria", "De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios" y "Mar de fondo", con la que ganó el Premio Nacional de Poesía de Aguascalientes.

Poemas de Francisco Hernández

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Francisco Hernández:

Mar de fondo (II)

Cierro los ojos. Me arrastra el sopor hacia los territorios de la fiebre y, mecánicamente, limpio mis dedos pegajosos de semen en la trama del mosquitero.

Oigo a lo lejos el mundo de mi madre, su andar entre las brasas, su diálogo con el rencor que le acompaña: hablan de mi padre, de la mujer que tiene, de su risa, que suena como tromba de flores pisoteadas.

Con el silencio fijo en el vacío pienso en los tigres de Mompraeem, en las redondeces de Paura, en un jonrón con tres hombres en base.

Afuera está la herida pero no quiero salir a su encuentro, debo continuar enfermo siempre, sin tener que bajar a tierra, sin enfrentarme a nada ni a nadie, ni siquiera a las piernas de Paura ni a un campo de béisbol ni a la luna llena del espejo.

Hoy, apunto en el cuaderno de bitácora, empieza el fasto de los grandes viajes. Y el ave Roe emerge a los pies de mi lecho.

El cazador

Ibas a la montaña en busca de jaguares,
tapires o faisanes.
Siempre te acompañaba la mujer de otro.
En mis sueños te veía raudo por la playa,
eludiendo tenazas de cangrejos azules.
Ahora caminarás desnudo por la noche sin término.
Ojalá te encuentres con los ojos
de todos los animales que mataste.

Mar de fondo (XVIII)

A partir de septiembre el río no ha hecho más que crecer.

Se lleva lo que a su paso encuentra: casas, puentes, arrumbadas berlinas y muros de contención. La cola del huracán, envuelta en lluvia, llena mi espacio de pájaros sin nido que irrumpen como malas noticias.

Mi madre se angustia serenamente. Dice que si yo no estuviera todo el tiempo enfermo podría salir y colocar en el corredor, sobre el butaquito de cuero de venado, la imagen de Santo Domingo Sabio. Así quedaríamos a salvo de inundaciones y otros males del agua.

Ayer el río mató a una niña. Le clavó sus colmillos de lodo en el cuello, se metió entre sus piernas hasta salirle por las orejas y la puso a flotar en parihuela de nieve negra.

El ruido de la creciente despide un hedor extraño que se adhiere a las cosas. Un olor con dientes que vence las alfarjías, se acomodaen páginas impares, se sienta frente a mí con las piernas cruzadas, mira su corazón en el espejo.

Debajo de la almohada guardo una pelota de béisbol y una aguja capotera.

Cuando los temblores arrecian, me froto la pelota vigorosamente para que recoja ese maldito sudor que corre por mi cuerpo como río crecido.

La aguja me la clavo en la lengua hasta perder el conocimiento.

De cómo Robert Schumann fue vencido por los demonios (I)

Podría ser que la música y la poesía fueran una misma cosa, o
tal vez dos cosas que se necesitan mutuamente como la boca y
el oído, pues la boca no es más que un oído que se mueve y
que contesta
.
Novalis


Miro la música de Schumann
como se ve un libro, una moneda
o una lámpara.
Ocupa su lugar en la sala situándose,
con movimientos felinos,
entre el recuerdo de mi padre
y el color de la alfombra.
De pronto, pájaros muertos
estrellan las ventanas.
Yo miro la música de Schumann
y escribo este poema
que crece con la noche
:



I


Hoy converso contigo, Robert Schumann,
te cuento de tu sombra en la pared rugosa
y hago que mis hijos te oigan en sus sueños
como quien escucha pasar un trineo
tirado por caballos enfermos.
Estoy harto de todo, Robert Schumann,
de esta urbe pesarosa de torrentes plomizos,
de este bello país de pordioseros y ladrones
donde el amor es mierda de perros policías
y la piedad un tiro en parietal de niño.
Pero tu música, que se desprende
de los socavones de la demencia,
impulsa por mis venas sus alcoholes benéficos
y lleva hasta mis ligamentos y mis huesos
la quietud de los puertos cuando el ciclón se acerca,
la faz del otro que en mí se desespera
y el poderoso canto de un guerrero vencido.

Hecho de memoria

                                                                      Para Jorge Esquinca


El poeta no duerme:
viaja por la cuerda del tiempo.

El poeta está hecho de memoria:
por eso lo deshace el olvido.

El poeta no descansa:
el tiempo lo desgasta
para probar que existe.

Mar de fondo (XI)

A una mujer que va de viaje al mar es inútil llenarla de palabras.

El mar le chupa los vertederos de la sinovia, le abrillanta la voz, dibuja su abdomen en la arena, le corta la respiración con sus alfanjes herrumbrados.

A una mujer que va de viaje al mar no le hablen de la tierra firme ni de los muelles del estado de gracia. No le instrumenten fados ni le esculpan mascarones de proa.

Porque a una mujer que va de viaje al mar, llámese Paura o Escafandra, se le ahogan los sueños.